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Parroquia Cristo Redentor
Arquidiócesis de San Juan, Puerto Rico
Iglesia Católica, Apostólica y Romana

En Comunión
BOLETÍN PARROQUIAL DIGITAL


Celebración de la Pasión del Señor (Viernes Santo)
2 de abril de 2021



La Celebración de la Pasión explicada

Hay gran sobriedad en este día. La liturgia comprende tres momentos: la escucha de la Palabra, la veneración de la cruz y la comunión.
Según una tradición muy antigua de la Iglesia, hoy y mañana no se celebra la Eucaristía, aunque sí podemos recibir la Sagrada Comunión.
La Iglesia medita sobre la Pasión del Señor. Por ello, la celebración de esta tarde queda impregnada de silencio para meditar la fidelidad absoluta de Jesús al Padre.
La hora será lo más cercana a las tres de la tarde, la “hora nona”, hora en la cual Jesús expiró.

Liturgia de la Palabra
Al comienzo de la celebración, la procesión avanza en silencio. El celebrante va revestido con la casulla roja, símbolo de la túnica sin costuras que le fue arrebatada a Cristo durante su Pasión; el color evoca la realeza del Señor, y su sangre derramada.
Llegado ante el altar, el celebrante se postra mientras que los fieles se ponen de rodillas. La gran postración es la actitud frecuente para orar en la Biblia (Génesis 17, 6; Deuteronomio 9, 18; Mateo 17, 6; 26, 39, ect.). No es frecuente en la liturgia y subraya un singular modo de oración. Su uso, sin embargo, era corriente en la antigüedad. “Supone mostrar en acción que el pecado nos ha echado por tierra”, comenta san Basilio.
Después de la oración de entrada se lee la profecía de Isaías sobre el siervo sufriente y un pasaje de la carta a los Hebreos que destaca el carácter salvífico de la muerte de Jesús. El relato de la Pasión se toma siempre este día del evangelio de san Juan, que puede ser incluso cantado. De ahí el sentido de las composiciones musicales de la Pasión como las de Bach, Schütz, o la misma melodía gregoriana.
Después de la homilía comienza la solemne oración universal que recoge las intenciones del pueblo cristiano reunido.

Adoración de la Santa Cruz
Flanqueada por dos cirios y cubierta con un velo, la cruz es solemnemente llevada al altar en procesión mientras es desvelada en tres pasos.
Este ritual del desvelamiento nos recuerda que la muerte de Cristo es un misterio: su sentido no es accesible inmediatamente. Este desvelamiento, lejos de ser una puesta en escena, quiere manifestar que sólo la fe permite que entremos en el significado profundo de esta muerte. Por eso, al rito de la “ostensión” (la acción de mostrar la cruz) sigue la adoración, ya que durante la tarde de hoy y mañana, la cruz recibe culto de adoración. No el de veneración, como el resto de los días del año. Por lo que ante ella se hará genuflexión lo mismo que se hace habitualmente ante el Sagrario. Y es que se torna el centro de la mirada de la Iglesia. Este gesto íntimo de arrodillarse y adorar con el cuerpo, pretende impulsar nuestro espíritu. Es una acción que proviene de las más antiguas comunidades cristianas del Próximo Oriente, que no podían contentarse con actividades cerebrales. ¿No tendremos esto un poco olvidado?
Mientras los fieles se acercan a besar la cruz, se cantan los improperios (del latín improperium, que significa “reproche”) y la triple aclamación a la santidad de Dios: “Hágios o Theós, Hágios Ischyrós, Hágios Athánatos, eléison himás” (¡Oh Dios Santo, Oh Dios Fuerte, Oh Dios Inmortal, ten piedad de nosotros!).

Sagrada Comunión
Aunque hoy no se celebra la Santa Misa, sí podemos comulgar del pan consagrado en la Misa de la Cena del Señor de ayer, y que ha estado reservado en el Monumento. El cuerpo que Jesús ofrece como alimento a sus discípulos es exactamente el mismo que muere en el Gólgota. Con esta comunión nos unimos sacramentalmente a Jesucristo en el día que dio su vida por nosotros.



Pasión y Muerte de Jesús

José Ramón Díaz Sánchez-Cid
Toledo, 29 de marzo de 2021
Tomado de mercaba.org


   Nuestra Semana Santa abre sus puertas entre hosannas y aclamaciones que festejan al que viene en el nombre del Señor. Así fue recibido Jesús, que se presentó en la ciudad santa montado en un borriquillo y rodeado por sus discípulos: como el que venía en nombre del Señor para cumplir su plan, para llevar a cabo su designio de amor. Por eso es festejado y aclamado; por eso, extienden a su paso mantos y enarbolan ramos de olivo. Es el enviado del Señor. Es el Mesías.

   Aquel recibimiento no hacía prever lo que habría de suceder más tarde. El aclamado del domingo de Ramos se convertirá en el paciente de la Pasión: un paciente activo y voluntario, es verdad, pero paciente sufriente, varón de dolores. Ambas cosas las pone de manifiesto el relato evangélico de la Pasión: su voluntariedad para acudir al lugar del suplicio cuando más se estrecha el cerco en torno a él; su voluntariedad para afrontar el juicio a que es sometido con una dignidad soberana y para beber hasta la última gota el cáliz del sufrimiento que le ha tocado en suerte, consumando así su misión; y su pasión, que tiene sus preliminares, su momento cimero y sus postrimerías.


a) Traición

   Una Pasión que se deja notar ya cuando Jesús se ve obligado a saborear la amargura de la traición de uno de los suyos, y que tiene continuación en la agonía y soledad de Getsemaní y en el abandono de sus seguidores más fieles; a esto se sumarán los dolores provocados por la corona de espinas, los golpes de la soldadesca, la flagelación, el peso del madero de la cruz en ese agónico peregrinaje hacia el Calvario, los clavos incrustados en su carne, la pérdida progresiva de sangre en las arterias, la carencia de oxígeno en los pulmones, la muerte lenta e incontenible.

   Jesús era realmente ese paciente que había ofrecido su espalda a los que le golpeaban y su mejilla a los que mesaban su barba –tal como predijera el profeta Isaías- y que se abrazaba ahora a la cruz en actitud de obediencia a la voluntad del que permitía todo esto, a la voluntad del Padre. Porque era el mismo Dios quien permitía (no podemos decir que quisiera con voluntad de beneplácito) la traición de Judas, la ceguera de los miembros del Sanedrín (sus jueces), la cobardía de Pilato, el gobernador romano, la insensible crueldad de los soldados, la indiferencia del resto del mundo, la piedad impotente e infructuosa de algunos de sus acompañantes y seguidores.

   Nada hubieran podido contra Jesús estos si Dios no lo hubiese permitido o si él mismo hubiese decidido otra cosa, por ejemplo, no acudir a Jerusalén por las fiestas de Pascua, haciéndose notar, en actitud humilde, pero desafiante. Por eso, tras estos acontecimientos, forjados por la voluntad extraviada de tanta gente, ve Jesús la voluntad de su Padre, o también, que su misión (la encomendada por el Padre) exigía esta consumación.

   Se trataba de actuar el amor más grande: el amor del que da la vida. De este modo, su muerte se convertía en una ofrenda de amor, del amor más grande: el de quien da la vida por sus amigos y por sus enemigos. Y así, su muerte pasará a ser fuente de salvación para muchos, para todos aquellos que acaben acogiendo esta ofrenda de amor y se vean transformados por ella. Esta era la voluntad del Padre (lo que el Padre le pedía al Hijo): que amara hasta el extremo de dar la vida. Por eso, Jesús vio en su pasión y muerte, soportadas por amor, la voluntad del Padre, que permitía el pecado de sus injustos agresores (y homicidas) y se complacía en la paciencia y docilidad de su siervo, Jesús.

   San Pablo ve en este acto de obediencia la culminación de una historia de renuncias o auto-despojamiento. Es la historia del que era de condición divina y sin hacer alarde de su categoría tomó la condición humana. Luego el aclamado como el que viene en nombre del Señor es el mismo Hijo de Dios (alguien de condición divina), pero al que vemos despojado, no sólo de su indumentaria o de su rango o dignidad, o de algunas posesiones, sino de su impasibilidad (para poder sufrir), de su inmortalidad (para poder morir), de su eternidad (para poder entrar en el tiempo); más aún, despojado de su misma dignidad humana, para poder sufrir la muerte de un condenado y ser contado entre malhechores.

   Y porque se rebajó hasta ese punto, Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre, esto es, el nombre de Señor, un nombre ante el que se doblan todas las rodillas. La genuflexión es el reconocimiento de su señorío. Se trata, por tanto, de reconocer en el Crucificado al que es de condición divina en su estado kenótico, es decir, humano, sufriente, mortal, y exaltado sobre todo. A esto nos invita san Pablo, porque sólo así obtendremos la salvación, o lo que es lo mismo, nos dejaremos vivificar por el amor que salva: amor paciente en la humillación y humilde en la exaltación.


b) Pasión

   El relato de la Pasión ocupa un lugar central en la celebración del Viernes Santo. Es la relación de los acontecimientos, de lo que sobrevino a aquel que fue llevado a la cruz. El momento culminante de esta Pasión es la crucifixión. En ella alcanza su cenit el drama histórico aquí representado, que es el drama de Jesús, pero también de la humanidad, puesto que Jesús nos representa (en cuanto hombre) y nos sustituye, y nosotros intervenimos en él con nuestro pecado.

   Una simple frase resume este protagonismo: Jesús murió por nosotros, esto es, por causa nuestra, en lugar nuestro y en nuestro favor. Sólo reconociendo en el Crucificado a nuestro Salvador, podemos adorar la cruz, hacer de este instrumento de tortura de malhechores y esclavos objeto de adoración. Este cambio sólo se explica por la presencia del Salvador (el Crucificado) en él. Se ha producido una suerte de santificación (y transformación) de un objeto no simplemente neutro, sino ignominioso, infamante; porque eso exactamente sucede con la cruz.

   No se trata, por tanto, de la pasión de un hombre cualquiera. De haber sido así, no habría tenido la trascendencia que tuvo, no habría quedado plasmada siquiera en este relato que se lee todos los años en nuestras iglesias y se escenifica en nuestras plazas y teatros. ¡Cuántos crucificados había habido antes y siguió habiendo después que no pasaron a la historia como pasó éste!

   El paciente y actor de esta Pasión, el reo sometido a juicio –un juicio con nocturnidad y alevosía-, condena y tortura, el varón de dolores, el llevado como un cordero al matadero… es nada menos que el Hijo de Dios hecho hombre, tan hecho hombre que se le confundió con un simple hombre –aunque no necesariamente con un hombre cualquiera-. De haberse sabido delante de Dios, aquellos jueces y soldados no se hubiesen atrevido a hacer lo que hicieron con él: juicio indigno y humillante, burlas, golpes, bofetadas, desprecios, indiferencias...

   Pero ellos, en las pretensiones de Jesús, no vieron más que arrogancia blasfema y manifiesta impostura, y en su extrema familiaridad con Dios -reflejada en su filial Abba-, falta de respeto. Sus prejuicios y su obstinación les impidieron ver la verdad que se les manifestaba, les impidieron ver en él al enviado de Dios.

   Él era realmente el Hijo de Dios en carne humana. Esto y sólo esto confiere relieve a su Pasión, haciendo de ella algo absolutamente singular. Porque la singularidad de esta Pasión no está en los sufrimientos padecidos por el paciente de la misma.

   Y fueron muchos y muy dolorosos los sufrimientos corporales provocados por los azotes que flagelaron su cuerpo, por la corona de espinas incrustada en sus sienes y en su cabeza o por los golpes que multiplicaban el punzamiento de las espinas o el desgarro de las heridas, por los clavos abriéndose paso en la carne, por la sed ardiente producida por la abundante pérdida de sangre o la asfixia de un cuerpo colgado que no podía ya enderezarse para tomar aire en los pulmones, por la fiebre y el delirio provocado por la misma.

   Tampoco está la singularidad de esta Pasión en los múltiples sufrimientos psíquicos soportados por Jesús, sufrimientos como el causado por la traición de un amigo y discípulo como Judas, o por el abandono de los demás, incapaces de salir en su defensa, o por el dolor de ver a una madre destrozada, o por la experiencia del rechazo de ese pueblo que antes le aclamaba, hasta el punto de querer convertirle en su rey, y ahora prefiere el indulto de un asesino como Barrabás, o por el desprecio y la indiferencia llegados de todas partes, por esa poderosa sensación de fracaso que en esos momentos parecía imponérsele sin remisión.

   Realmente se cumplían las palabras evangélicas: Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. ¿No era esto doloroso? Sí, y mucho. Pero otros hombres también pasaron por pruebas similares.

   Lo extraordinario y singular de esta Pasión no está en aquello en lo que consiste, sino en el sujeto que la padece. Tras él se esconde el por qué y el para qué de esta Pasión.

   Se trata de la pasión de alguien que ha tenido que humillarse (=hacerse tierra) hasta nosotros (=seres terrestres) para padecer. Sin carne humana, sin ser humano, no son posibles ni los sufrimientos corporales, ni los psíquicos. Para padecer los sufrimientos del hombre, sujeto al pecado y a la muerte, es preciso ser hombre.

   Sólo en cuanto hombre, el Hijo de Dios podía propiamente com-padecer con nosotros, ser probado en todo como nosotros, enseñarnos con su propio ejemplo cómo afrontar el sufrimiento, enseñarnos a morir y a aprender en semejante situación de muerte la obediencia; porque ¿qué otra cosa es la obediencia que esto: aprender a morir? Puesto que nuestro Creador nos exige la muerte, obedecer ya no puede consistir sino en aprender a morir, aunque esto requiera el tiempo de toda una vida.

   Del mismo Hijo (de Jesús) se nos dice que aprendió sufriendo a obedecer, y eso que era el Hijo, es decir, a aceptar la voluntad del Padre: No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Y eso aun teniendo tan claro que no había venido a este mundo para otra cosa que para hacer la voluntad del Padre. A pesar de eso, tuvo que aprender, también él, sufriendo a obedecer, es decir, tuvo que aprender a morir. Y así es como el Hijo obediente se convierte en autor de salvación eterna para todos los que aprenden obediencia en el sufrimiento.

   Luego el sufrimiento por el que pasa y pasará todo ser humano, mientras viva en este mundo –y ello a pesar de los muchos avances de la ciencia-, se convierte así en el instrumento más universal de salvación. Sufrir ya no es algo inútil y absurdo. Tiene una razón de ser que ha puesto al descubierto Jesucristo con su Pasión, y es la de ser escuela de obediencia y medio de salvación.

   Con nuestros sufrimientos completamos lo que falta a la Pasión de Cristo; pues en el sufrimiento aprendemos a ser obedientes a la voluntad de Dios, a madurar como personas y como cristianos, a amar desde el despojamiento de nosotros mismos, a acoger misteriosos dones de procedencia divina; aprendemos a dejar esta vida y a esperar la nueva vida que Dios quiere darnos: aprendemos a confiar en Dios y en su promesa de vida.


c) Salvación

   Desde que Cristo asumió nuestros sufrimientos, el sufrimiento humano ha pasado a ser el mejor modo de trabajar con Cristo por la redención del mundo, incluida la nuestra propia. Es el inmenso campo de trabajo que se ofrece a enfermos, minusválidos, impedidos, ancianos, etc. Aquí se halla el trabajo más útil para la humanidad: el más productivo, pues no produce coches, alimentos o medicinas, pero produce salvación, y no hay nada más productivo, porque no hay bien más preciado que éste que da vida eterna.

   Hoy nos acercamos a la cruz para adorarla. La adoramos porque en ella reconocemos al Salvador, la salvación que en ella estuvo clavada. Mirémosla no con compasión, ni con orgullo simplemente –como si se tratara de un trofeo de guerra o de caza-, sino con gratitud. No es tiempo de compadecernos de él, sino más bien de que él se compadezca de nosotros; es más bien tiempo de agradecer el gran amor de que hemos sido objeto por parte de Dios, y de prolongar su mirada compasiva hacia todas esas personas que están en situación de sufrimiento, ya sea culpable o inculpablemente; en cualquier caso, llevando su cruz.

   Sólo la mirada del que muere perdonando y suplicando el perdón para sus verdugos puede sanar nuestras heridas, curar nuestros odios y desactivar nuestros resentimientos y deseos de venganza. Que cuando nos acerquemos a la cruz digamos: "Gracias, Señor, por el don inmerecido de tu vida".




LITURGIA DE LA PALABRA

El cuarto Cántico del Siervo de Yavé del profeta Isaías describe todo el sufrimiento humano, incluido el de la muerte afrentosa. Pero en esa figura el dolor se redime y termina en victoria. El fragmento de la carta a los Hebreos resalta que el valor de la Pasión está en la obediencia de Cristo a la voluntad del Padre. Y precisa que de nuestra obediencia a Cristo depende que sean nuestros los frutos de salvación que nos alcanzó el Señor con su Pasión. ¿Cómo está nuestra obediencia al Padre, a Cristo? ¿Estamos dispuestos, como Cristo, a aprender sufriendo a obedecer? El relato de la pasión y muerte de Cristo suena hoy con más fuerza que nunca. Te invito para que tratemos de penetrar el misterio de Jesús que camina hacia la cruz y la acepta voluntariamente. Antes que a reflexionar, hoy se nos invita a contemplar. A adorar y dar gracias porque alguien se ha decidido a amar totalmente. A adorar y dar gracias porque Dios ha querido asumir la historia humana totalmente para convertirla en historia divina, en historia de salvación.




CONSEJO

Hoy, en los momentos de reflexión y oración durante la Celebración de la Pasión del Señor (y en tu espacio de oración personal a solas), repasa qué cosas en tu vida son también negación de Jesús, traición, flagelación, corona de espinas, camino hacia el Gólgota o clavo en la cruz. ¿Qué sentimientos y propósitos despierta esto en tí?




VIDA PARROQUIAL

Santa Misa dominical en el templo y por Zoom:
La Misa dominical con participación de fieles presidida por P. Javier se celebra los sábados a las 6:00 pm y los domingos a las 10:30 am. Los domingos se transmite por Zoom, precedida del comentario de las lecturas por P. Ángel de 9:50 a 10:20 am. Esta Misa se transmite también en vivo por nuestro canal de YouTube y por Facebook. Para participar el próximo fin de semana oprima en el día: sábado o domingo. Es indispensable reservar su espacio para poder participar presencialmente.

Por el momento:
Los Ministros de la Comunión y Pastoral de la Salud no estarán visitando a los enfermos e impedidos de asistir a la parroquia. El teléfono de la oficina parroquial (787-946-1999) lo contestará la secretaria desde su hogar. Enfermos o fieles que requieran algún sacramento llamarán al P. Javier a su celular directamente (939-428-0764) y él los atenderá. Pedimos que se mantengan atentos a nuestra página web donde tendremos la información más reciente sobre la vida parroquial.

Cada semana encuentran en YouTube y Facebook:
[1] el Cenáculo Mariano con Exposición del Santísimo los martes a las 4 pm
[2} la Hora Santa de Adoración los jueves a las 10 am
[3] la Santa Misa dominical que se transmite en vivo los domingos a las 10:30 am
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Para hacer su donativo:
[1] entregue su sobre al llegar a la Misa en el templo
[2] envíelo por correo a: Urb. El Paraíso, 140 Calle Ganges, San Juan, Puerto Rico 00926
[3] con tarjeta de crédito o PayPal, vaya a la página web de la parroquia y escoja Donar en el menú superior izquierdo, seleccione el concepto “Colectas Misas-Fondo general” y ponga su número de sobre en el campo de comentario
[4] con ATH Móvil, seleccione “Donar”, busque “pacrired” y ponga en el campo de “Mensaje” su número de sobre y el concepto del donativo (Colecta, Ofrenda por Misa, etc.)

Jueves Eucarísticos
Ya tenemos nuevamente adoración eucarística presencial los jueves en horario de 4 a 7 pm y la celebración de la Santa Misa a las 6 pm. No es necesario reservar.

Retiro de Cuaresma
Las tres sesiones están disponibles a través de nuestra página web y en el canal de YouTube.

Sacramento de la Reconciliación
Es una necesidad acercarse al sacramento de la Reconciliación como preparación a una Pascua bien vivida. P. Javier está disponible (como ha estado desde que comenzó la pandemia) para confesar por cita previa. Para coordinar fecha y hora llámenlo a su celular.

Triduo Pascual
La Vigilia Pascual el sábado 3 de abril se celebrará a las 7 pm y la Misa del Domingo de Pascua a las 10:30 am, como de costumbre. Se podrá participar tanto presencial como virtualmente en las celebraciones del Triduo Pascual siguiendo los procedimientos acostumbrados para cada caso.

Colecta anual para los santos lugares (Tierra Santa)
Siguiendo la tradición paulina los Papas han impulsado la colecta del Viernes Santo invitando a todos los cristianos a mostrarse generosos y solidarios con la comunidad cristiana de Tierra Santa. Ésta cuenta actualmente con una minoría marginada que representa menos del 2% de la población de Israel-Palestina. No olvidemos que los cristianos de Tierra Santa son los sucesores directos de aquellos "santos" de Jerusalén, los primeros en acoger el mensaje evangélico. Han conservado la fe apostólica durante dos mil años, soportando todo tipo de vejaciones. Hoy la Iglesia de Jerusalén necesita la ayuda de sus Iglesias hermanas de Occidente para mantener las numerosas obras sociales, educativas, pastorales y asistenciales que administra en el País de Jesús. Sin estas obras los cristianos estarían condenados a la pobreza permanente o emigrarían en masa. Seamos generosos.




INFORME ECONÓMICO
21 de marzo de 2021

 Colecta de la semana - sueltos $197.00
 Colecta de la semana - sobres  655.00
 Donativos por medios electrónicos (incluye $20 de donantes por sobres)  265.00
 Tasas administrativas (Bautismos, Misas, Otros)  190.00
 ACUMULADO ANUAL  
 Ingresos en lo que va del año  18,998.33
 Gastos (no incluye pagos de proyectos)   18,962.23
 Neto
 $36.10

Ante la merma de ingresos ordinarios recurrentes en el Fondo Ordinario parroquial, por el cierre parcial de la Parroquia, los gastos se han estado cubriendo, en parte, con dineros del Fondo de Construcción y Mejoras. Los mismos se devolverán cuando se generen ingresos suficientes en el Fondo Ordinario.

NOTA: Durante los años 2018, 2019 y 2020 se hicieron pagos de proyectos ascendentes a $52,965.13. Los proyectos de mejoras se reanudarán cuando las circunstancias así nos lo permitan.




SANTA MISA
Aunque conservemos el título 'Santa Misa' de los boletines del resto del año, aclaramos que el Viernes Santo la Iglesia no celebra la Eucaristía sino una acción litúrgica que se conoce como 'Celebración de la Pasión del Señor'.



Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (52, 13 — 53, 12)

Mirad, mi siervo tendrá éxito,
   subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él
   porque desfigurado no parecía hombre,
   ni tenía aspecto humano,
así asombrará a muchos pueblos,
   ante él los reyes cerrarán la boca,
   al ver algo inenarrable
   y comprender algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?;
   ¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote,
   como raíz en tierra árida,
   sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente,
   despreciado y evitado de los hombres,
   como un hombre de dolores,
   acostumbrado a sufrimientos,
   ante el cual se ocultaban los rostros,
   despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos
   y aguantó nuestros dolores;
   nosotros lo estimamos leproso,
   herido de Dios y humillado;
   pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,
   triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él,
   sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas,
   cada uno siguiendo su camino;
   y el Señor cargó sobre él
   todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba
   y no abría la boca:
   como cordero llevado al matadero,
   como oveja ante el esquilador,
   enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,
   ¿quién se preocupará de su estirpe?
   Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
   por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados
   y una tumba con los malhechores,
   aunque no había cometido crímenes
   ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,
   y entregar su vida como expiación:
   verá su descendencia, prolongará sus años,
   lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz,
   el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos,
   porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte,
   y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte
   y fue contado entre los pecadores,
   él tomó el pecado de muchos
   e intercedió por los pecadores.

Palabra de Dios. (R. Te alabamos, Señor.)



Salmo
(30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25 (R.: Lc 23, 46))

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil. R.

Pero yo confío en ti, Señor;
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen. R.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor. R.



Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (4, 14-16; 5, 7-9)

Hermanos:

Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.

No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.

Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.

Palabra de Dios. (R. Te alabamos, Señor.)



Versículo

Cristo se ha hecho por nosotros obediente
hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre.


Evangelio


Las distintas partes en el texto están marcadas con la siguiente clave:
C. Cronista (parte que lee el diácono o lector)
+ Jesucristo (parte que lee el sacerdote)
S. Otros (parte que lee la asamblea)


Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan (18, 1 — 19, 42)

C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:

+ «¿A quién buscáis?».

C. Le contestaron:

S. «A Jesús, el Nazareno».

C. Les dijo Jesús:

+ «Yo soy».

C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:

+ «¿A quién buscáis?».

C. Ellos dijeron:

S. «A Jesús, el Nazareno».

C. Jesús contestó:

+ «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos».

C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:

+ «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».

C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:

S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».

C. Él dijo:

S. «No lo soy».

C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contestó:

+ «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho».

C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:

S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?».

C. Jesús respondió:

+ «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?».

C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:

S. «¿No eres tú también de sus discípulos?».

C. Él lo negó, diciendo:

S. «No lo soy».

C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:

S. «¿No te he visto yo en el huerto con él?».

C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:

S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?».

C. Le contestaron:

S. «Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».

C. Pilato les dijo:

S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».

C. Los judíos le dijeron:

S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».

C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Jesús le contestó:

+ «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».

C. Pilato replicó:

S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».

C. Jesús le contestó:

+ «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».

C. Pilato le dijo:

S. «Entonces, ¿tú eres rey?».

C. Jesús le contestó:

+ «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

C. Pilato le dijo:

S. «Y, ¿qué es la verdad?».

C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:

S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».

C. Volvieron a gritar:

S. «A ese no, a Barrabás».

C. El tal Barrabás era un bandido.
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:

S. «Salve, rey de los judíos!».

C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:

S. «Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».

C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:

S. «He aquí al hombre».

C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:

S. «Crucifícalo, crucifícalo!».

C. Pilato les dijo:

S. «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».

C. Los judíos le contestaron:

S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».

C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:

S. «¿De dónde eres tú?».

C. Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:

S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».

C. Jesús le contestó:

+ «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».

C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:

S. «Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».

C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo “Gábbata”). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:

S. «He aquí a vuestro rey».

C. Ellos gritaron:

S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!».

C. Pilato les dijo:

S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?».

C. Contestaron los sumos sacerdotes:

S. «No tenemos más rey que al César».

C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice “Gólgota”), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:

S. «No escribas “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”».

C. Pilato les contestó:

S. «Lo escrito, escrito está».

C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:

S. «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».

C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:

+ «Mujer, ahí tienes a tu hijo».

C. Luego, dijo al discípulo:

+ «Ahí tienes a tu madre».

C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:

+ «Tengo sed».

C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:

+ «Está cumplido».

C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura:
   «No le quebrarán un hueso»;
y en otro lugar la Escritura dice:
   «Mirarán al que traspasaron».
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Palabra del Señor. (R. Gloria a ti, Señor Jesús.)



Comunión espiritual

Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Pero como ahora no puedo recibirte sacramentado, ven espiritualmente a mi corazón.
(Pausa de adoración)
Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de Ti. Amén.




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