Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio no tiene tanto la intención de mostrar el poder de Jesús para realizar milagros, como de mostrarnos que es indispensable la gratitud a Dios para alcanzar la salvación. La gratitud es el motor que nos mueve a entregarnos a Dios y su voluntad. Esta verdad la confesamos en casi todos los prefacios de la Misa: «En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro». El pasaje de hoy conecta con el de la semana pasada, en el que Jesús le pedía a sus discípulos que para aumentar su fe fueran generosos en el servicio a Dios y a los demás sin buscar compensaciones. Si el obrar de Dios para con nosotros es pura gracia, si todo es don de Dios, entonces no podemos exigir derechos. La única actitud que cabe frente a la gratuidad divina es nuestra gratitud. En el relato, de los diez leprosos curados, sólo uno, el extranjero samaritano, mostró su gratitud. Sólo él llegó a comprender que lo que hizo Jesús fue una manifestación del amor de Dios por él. Los otros nueve pensaron que lo merecían, pues nunca regresaron a agradecer. Sólo el samaritano alcanzó la salvación porque su gratitud le llevó a entregarse generosamente con toda su vida a Dios; esto es lo que significa el gesto de postrarse ante Jesús. ¿Te consideras una persona agradecida? ¿Cómo le muestras tu agradecimiento a Dios?
Consejo de la semana: Te invito a comenzar cada día dando gracias a Dios en tu oración por algunos de los dones –de tantos– que te ha dado. Cultiva así un corazón agradecido para con Dios y agradecido para con los hermanos por medio de los cuales Dios te bendice con sus dones. Si estás realmente agradecido te será fácil cumplir la voluntad de Dios con todo lo que te ha dado, con todo lo que eres, puedes y tienes.
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel