Queridos hermanos:
Las Bienaventuranzas, a diferencia de los Diez Mandamientos en el Antiguo Testamento, no son preceptos (haz esto y no hagas aquello) sino que describen cómo son los discípulos que se dejan introducir por Dios en su Reino; es decir, retratan la paradoja que se da cuando el discípulo que sufre, llora y es perseguido tiene a Dios como única riqueza (es “pobre en el espíritu”) y busca su voluntad (“la justicia”) alcanzando la felicidad aquí y ahora, porque comienza a vivir en Dios (“en el Cielo”) y Dios en él. Esto acontece no por el esfuerzo ni el cumplimiento de preceptos, sino porque el discípulo con su obrar entabla una relación personal con el Padre por medio de Jesucristo, lo que le permite a Dios transformarlo según Él es. La consecuencia lógica de esta transformación es que el discípulo se convierte en una persona “diferente”, que ya no es como los demás, sino que tiene la visión, criterio, estilo, preferencias y reacciones de Dios. Resulta, por tanto, ser «luz del mundo», que muestra cómo vive el ser humano –con valores opuestos a los del mundo y feliz– según el plan establecido por Dios antes de la creación y encarnado en su Hijo Jesucristo. Una luz no se enciende para ocultarla sino para que ilumine. Con encenderla ya ilumina, no hay que darle promoción. Cuando es una luz grande, como la que emite una ciudad en lo alto de un monte, simplemente no se puede ocultar. ¿Ilumina nuestra vida? ¿Ilumina nuestra comunidad parroquial?
Consejo de la semana: Reflexiona con qué frecuencia participas en la Eucaristía. ¿Qué buscas cuando participas? ¿Deseas que llegue cada semana el momento de celebrar la Eucaristía en tu comunidad parroquial? Pide al Señor que puedas celebrarla activamente al menos cada fin de semana. Haz el propósito también de acudir a la Santa Misa al menos otro día en la semana.
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel