Queridos hermanos:
Los milagros que Cristo obra son siempre signos: apuntan a una realidad más profunda que lo que simplemente se capta con los sentidos. En el pasaje de hoy Jesús acoge a un sordomudo, condición que representa la incapacidad para comunicarse y relacionarse con sus semejantes y con Dios. Esta incapacidad trae consigo la muerte –quedamos aislados, solitarios y morimos–, pues el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios no alcanza su verdadero ser si no es en la comunión con sus semejantes y con Dios, lo cual requiere poder cultivar relaciones bellas y buenas. Para sanar tenemos que dejar que Cristo nos separe de la gente y nos lleve a solas con Él –como al sordomudo–, y nos comunique su capacidad de oír –representado por el tocar con los dedos los oídos– y de hablar –representado por el colocar su saliva en nuestra lengua–. Nuestra escucha y meditación de la Palabra en el silencio del corazón a solas con Dios cada día, la Eucaristía bien celebrada, adorada y comulgada, la Confesión mensual, la docilidad para servir humildemente a los que nos rodean le permitirán a Jesús curarnos para vivir la comunión con Dios y nuestros semejantes. ¿Qué opinas?
Consejo de la semana: Saca un minuto cada noche antes de descansar para repasar cómo has vivido el día con Cristo. Inicia reconociendo que estás en la presencia de Dios. Busca en qué momentos del día viste pasar a Dios por tu vida, sea por una frase que te dejó, por un sentimiento (paz, certeza, gozo, admiración, etc.), por un resultado que no se debió a ti. Mira ahora si en algún momento actuaste tu sólo y rechazaste la presencia de Cristo, por ejemplo, si hiciste lo que Él nunca haría. Por lo primero, da gracias. Por lo segundo, pide perdón. Haz luego un propósito para el día siguiente. Verás como ganas en libertad y felicidad, de gratis.
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios les bendiga abundantemente.
P. Ángel