Queridos hermanos y hermanas:
En el relato evangélico de hoy se contraponen la lógica de Dios y la lógica de los hombres. Para los hombres, especialmente los fariseos, ultra cumplidores de la Ley, la santificación proviene de su esfuerzo por cumplir los preceptos. Por tanto, deben esforzarse en cumplirlos todos y a la perfección. Lograr esto les da seguridad y les hace sentirse superiores a los pecadores, sobre todo públicos, quienes –según los fariseos– por no cumplir la Ley están apartados de Dios. De ahí que los fariseos deban mantenerse separados (esto es lo que significa la palabra fariseo) de los pecadores, para no “contaminarse” ni “alejarse” de Dios. Jesús, por el contrario, busca a los pecadores. Les invita a acercarse a Él y a acoger su perdón, experimentando que la santificación no se alcanza por nuestros actos sino por dejar a Dios obrar en nuestra vida, y que la apertura a la acción de Dios comienza por reconocer nuestros pecados y dejarnos perdonar por Él. La mujer pecadora se ha reconocido como tal y ha sido perdonada. Porque mucho se le ha perdonado, mucho ama. A Simón, que se cree sin pecado, poco o nada se le ha perdonado y por eso no ama, sino que desprecia a Jesús. ¿Clasifico a las personas entre los que “merecen” y los que “no merecen” perdón, que los trate, que los sirva? ¿Me parezco más a Simón o a Jesús?
Consejo de la semana: Siempre en bueno revisar a mitad de año nuestro aporte económico a la comunidad parroquial, pues conviene que guarde relación con: (a) las fuentes de ingreso que Dios nos concede, (b) nuestro crecimiento espiritual, que nos llevará a estar cada vez más agradecidos de la bondad de Dios y de sus dones inmerecidos, y (c) nuestro nivel de pertenencia a la comunidad de fe, la parroquia.
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel