Queridos hermanos y hermanas:
El domingo pasado vimos la importancia de que nuestra oración sea perseverante. Hoy se nos explica por medio de una parábola las disposiciones con las que se debe orar si queremos ser escuchados; más aún, justificados por Dios. Puede sorprendernos –pues no es así como pensamos los hombres– que la eficacia de nuestra oración no dependa de nuestra bondad sino de la bondad de Dios. Esto quiere decir que todo es gracia, todo es don de Dios. También –y sobre todo– la salvación, la comunión de vida y amor con nuestro Creador. Cuando queremos justificarnos y presentar méritos propios, apoyándonos en ellos para que Dios nos salve, acabamos convertidos en cumplidores de normas que desprecian a los que no las cumplen o no las cumplen tan perfectamente como nosotros. Nos distanciamos de los que no “cumplen”. Curiosamente, eso es lo que significa el nombre “fariseo”: separado. Es cierto que no da lo mismo tratar de seguir las enseñanzas de Jesús que no seguirlas, pero el error está en poner nuestra confianza en lo bien que las seguimos y tomar distancia de aquellos que a nuestro juicio no las siguen. Hoy se nos enseña que la posición correcta debe ser aquella que hace siglos resumió San Ignacio de Loyola con su famosa frase: «Poner todos los medios como si todo dependiese de uno, pero confiando totalmente en Dios, porque todo depende de Él».
Consejo de la semana: Para profundizar en la enseñanza tan importante del evangelio de hoy te invito a reflexionar en tu oración personal esta semana: ¿Te comparas frecuentemente con los demás para poder justificar tu manera de obrar? ¿Te sientes superior y humillas –aunque sea interiormente– a los demás? El soberbio confía en sí mismo, por eso le cierra las puertas a la acción de Dios en su vida. El humilde confía en Dios, por eso asegura la salvación puesto que Dios es bueno y quiere que todos se salven. ¿En quien confías tú?
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel