Queridos hermanos y hermanas:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre» (Juan 11, 25-26). La fe en Dios es fiarse de Él y obedecerle. La fe en Dios nos da acceso a participar de su vida divina, la vida eterna: sólo Él es la Vida. Para fortalecer nuestra fe y la de sus discípulos (ver Juan 11, 15) Jesús realiza el signo de resucitar por el poder de su Palabra a Lázaro que llevaba cuatro días muerto.
Todo ser humano busca vivir; es algo innato. Pero esta vida temporal, por más que la alarguemos, no es la vida eterna. Podemos caer en el error de vivir aferrados a los dones de Dios buscando de ellos la seguridad e inmortalidad que sólo la comunión de vida con Dios puede ofrecer. La muerte es inevitable y marcará el fin de una etapa, don de Dios para cada uno de nosotros, que se nos regala para que por la fe, libremente acogida también como don de Dios, podamos recibir el don de la vida divina y así no tengamos que «morir para siempre» (Juan 11, 26).
Consejo de la semana: Te propongo hoy domingo que de ahora en adelante, como muestra de tu agradecimiento a Dios –porque todo lo que eres, posees y vives es un don de su infinito amor por ti– lo último que hagas antes de irte a dormir cada día sea acudir a Él dedicándole uno o dos minutos para repasar lo que sucedió ese día, dándole gracias por sus regalos, pidiéndole perdón por lo que no fue según Su voluntad y pidiendo que el próximo día sea mejor en su seguimiento.
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel