Queridos hermanos y hermanas:
«Vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura» (Juan 20, 8-9). La Escritura acogida y meditada nos permite –como al discípulo amado– ver y creer; permite que lo que vemos nos lleve, no a la incredulidad, sino a la fe. En nuestra vida tiene que darse esa interacción entre Palabra acogida y Palabra vivida, entre voluntad de Dios asumida en la oración y vivida en la práctica. Cuando falta o está débil una de las dos se nos dificulta e incluso imposibilita la fe. Lo que sucede en nosotros y nuestro entorno resulta incomprensible cuando falta la clave de interpretación: la Palabra de Dios acogida en el corazón. San Juan Pablo II nos dice en su Carta al comienzo del nuevo milenio que «es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la Lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia» (no. 39). Ojalá que este recorrido realizado en la Cuaresma nos deje esa práctica como fruto permanente.
Consejo de la semana: Hoy es día para hacer examen y repasar qué has logrado a lo largo de estos días de esfuerzo, de oración y sacrificio, de silencio y servicio. Primero, ¿en qué puntos ves una mejoría? Segundo, ¿en qué puntos habría que continuar trabajando de ahora en adelante? ¿Qué participación más plena en la Pascua de Cristo hay que agradecer y celebrar hoy y durante el tiempo pascual?
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel