Queridos hermanos y hermanas:
En la transfiguración Jesús nos deja experimentar junto a Pedro, Santiago y Juan algo de la vida que disfruta con su Padre. El evangelista echa mano al lenguaje simbólico bien conocido por los judíos para expresar la realidad divina, increada, literalmente fuera de este mundo. Por eso habla de la nube luminosa (la presencia de Dios Espíritu Santo) que los cubrió, del resplandor de los vestidos que se vuelven blancos como la luz (que representa la vida divina), de la voz que habla desde la nube (la voz del Padre) y del espanto que sobrecoge a los discípulos (ya que reconocen estar en la presencia de Dios). Cristo vive esta vida divina no sólo durante los instantes que se trasfigura, sino siempre, aunque los sentidos humanos no lo puedan captar. Lo mismo sucede con Jesús Eucaristía: los sentidos no captan la vida divina que encierra, pero está ahí. Y se nos regala como don, no como premio por ser buenos. El respeto y la reverencia por Dios –presente en todos los sacramentos y de modo sustancial en la Eucaristía– no puede estar condicionada a una manifestación extraordinaria.
Consejo de la semana: Para recibir la comunión en la boca primero se responde en voz alta con un “Amén” al ministro que, con la hostia consagrada en la mano, nos dice “El cuerpo de Cristo”. Luego se abre la boca y se saca la lengua, para que el ministro pueda colocar el cuerpo de Cristo en la lengua. Para recibir la comunión en la mano primero se responde en voz alta con un “Amén” al ministro que, con la hostia consagrada en la mano, nos dice “El cuerpo de Cristo”. Luego se coloca la mano derecha debajo de la izquierda (o la izquierda debajo de la derecha si la persona es zurda) y se espera a que el ministro coloque el cuerpo de Cristo en la mano. Entonces con la mano de abajo se toma y se lleva a la boca. Esto se hace dando la cara al ministro antes de retirarse al asiento. Practícalo de esta manera, como lo pide la Iglesia.
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel