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Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos al Amor Persona, el amor entre el Padre y el Hijo en la Trinidad. Es el Espíritu Santo el que se derrama en el hombre moviéndolo internamente para que se abra amorosamente –a la manera de Jesús– al hermano y se arroje confiadamente en los brazos del Padre, es decir, para que sea uno con Jesús. El Espíritu Santo hace posible los sacramentos, la “Lectio divina”, el que vivamos como Jesús entregados en todo a buscar el bien de los hermanos –que amemos–, hace posible que la comunidad cristiana sea “un solo cuerpo y un solo espíritu” en Cristo, nos capacita para testimoniar con la vida que Dios está a nuestro servicio –que es Amor–. Acoger al Espíritu Santo en nuestra persona requiere dejarnos transformar por Él para ser sus instrumentos vivos que le permitan pensar, querer, hablar y obrar en cada uno de nosotros. ¿Qué cambiaría en mi vida si “quedara lleno” del Espíritu Santo? ¿Qué cambiaría en mis relaciones? ¿Qué cambiaría en mi uso del tiempo? ¿Qué cambiaría en mi uso del dinero?
Consejo de la semana: Te invito a repasar cómo estás dejando que el Espíritu Santo te haga “un solo cuerpo y un solo espíritu” con Cristo en la comunidad de fe que llamamos Cristo Redentor. Puedes revisar a cuántos hermanos y hermanas conoces por su nombre, conoces sus circunstancias familiares y de trabajo; por cuántos rezas y te interesas por ayudarles en sus luchas; a cuántos de los que están necesitados (con carencias espirituales, morales, físicas, económicas, etc.) has socorrido en el último mes. ¿Qué te pide hoy el Espíritu?
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel
La Ascensión de Jesús a los Cielos expresa que su humanidad ha entrado en el mundo divino. Así como la Encarnación inaugura en el mundo humano la revelación de la divinidad, en la Ascensión vemos lo que será la situación definitiva de la humanidad en el mundo divino. Jesús nos ha precedido en la morada eterna y el estado definitivo, para darnos esperanza firme de que donde está Él, cabeza y primogénito, estaremos también nosotros, sus miembros. Su presencia gloriosa continuará hasta el fin del mundo en los que le amen y guarden su Palabra, y seguirá estando presente como el alma de la comunidad de los que viven la comunión con Él. Esta presencia es posible por el Espíritu Santo (la Promesa del Padre) quien reviste a los discípulos y a la comunidad del poder de Dios (la fuerza de lo alto) para llevar a cabo el anuncio con palabras y con obras.
Consejo de la semana: Continua el examen que iniciaste la semana pasada. Examina tu vida para ver hasta que punto te interesa recibir el don del Espíritu Santo, cuya solemnidad celebraremos el próximo Domingo de Pentecostés. ¿Buscas limpiar de tu vida frecuentemente los pecados, es decir, las desviaciones voluntarias de lo que sabes que es voluntad de Dios? ¿Dejas que la Palabra te interpele? ¿Practicas el examen de conciencia diario antes de acabar el día? ¿Acudes a la confesión regularmente, al menos una vez al mes?
La noticia de la partida de Jesús de junto a sus discípulos provoca en ellos una gran tristeza. Pero Jesús les explica por qué en lugar de estar tristes deberían alegrarse de que se vaya al Padre. Se trata del modo en que Jesús seguirá conduciendo el seguimiento en el tiempo pascual, cuando no esté ya físicamente entre ellos. Él explica que la base de este seguimiento será el amor a Él y la obediencia a su Palabra: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Jn 14,15) y “Si alguno me ama guardará mis palabras” (Jn 14,23). Mediante la escucha y asimilación del Evangelio en su vida el discípulo sigue a Jesús a lo largo de su vida en cualquier tiempo y lugar. Pero esta manifestación de amor a Jesús de parte del discípulo no sólo le pone en comunión con Jesús, sino que hace que el discípulo experimente también el amor del Padre y la comunión con Él. “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). Además, el Padre y el Hijo nos envían al Espíritu, verdadero Maestro del Evangelio, para que nos guíe interiormente hasta la comunión plena con la Trinidad. El resultado será que el discípulo experimentará la paz y la alegría que provienen de Dios.
Consejo de la semana: Examina tu vida para ver hasta qué punto te interesa recibir el don del Espíritu Santo, cuya solemnidad celebraremos en dos semanas el Domingo de Pentecostés. ¿Estás más interesado en lo material que en lo espiritual? ¿Dedicas más tiempo y esfuerzo en tu vida a lo material (tener, aparentar, disfrutar, distraerte, descansar, trabajar) o a lo espiritual (estar con Dios en la oración, escucharle y dejarte guiar en tu vida por Él)? En los últimos años o meses, ¿ha aumentado el tiempo y esfuerzo que dedicas a lo material o el que dedicas a lo espiritual?
En el Evangelio Cristo habla de que Él glorifica al Padre y de que el Padre lo glorifica a Él. En lenguaje bíblico, glorificar significa mostrar, revelar, hacer visible lo más profundo del otro, su manera de ser. Durante toda su vida pero especialmente en la Cruz, Jesús glorifica (revela) al Padre –Dios es Amor– y el Padre revela (glorifica a) Jesús –Él es en verdad el Hijo de Dios–. Al acercarse el fin de su convivencia terrena con los discípulos, Jesús les indica su tarea más importante: cómo deben vivir para dar gloria a Dios, para revelar y mostrar a todos quienes son el Padre y el Hijo, y para que Dios se glorifique, es decir, se revele como amor en medio de la comunidad, quedando claro que ellos son sus discípulos. Esta tarea es el mandamiento nuevo del amor: “que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34). ¿Según persevero en mi práctica religiosa noto que con el tiempo vivo más plenamente el mandamiento nuevo? ¿Puedo decir que mi vida cada vez da más gloria (revela mejor) a Dios?
Consejo de la semana: Te invito a examinar tus prioridades, que te dejarán saber con más objetividad cómo andas en la vivencia del mandamiento del amor. ¿Es el amar, el servir –como Cristo, que no vino a ser servido sino a servir– tu prioridad? Cuando actúas, ¿piensas primero en el bien que puedes hacer al hermano o en tu bien, en lo que puedes sacar para ti; en lo que te conviene más a ti o en lo que le conviene más al hermano? ¿Qué debes pedirle a Jesús? ¿Qué debes cambiar en tu práctica religiosa, en tu uso del tiempo, de los bienes materiales?
Celebramos hoy el domingo del Buen Pastor. Cada año, en el cuarto domingo de Pascua, leemos una parte del capítulo 10 de Juan, cuyo tema es: “Jesús, Buen Pastor”. El pasaje propio de este año (Juan 10,27-30), se centra en la responsabilidad del Pastor. El Buen Pastor le da la vida del Padre (con quien es un solo Dios) a todos los que escuchan su voz, a los que acogen su Palabra y creen en Él, a los que se fían de Él y le obedecen porque se reconocen como don del Padre a Jesús. Así es como los discípulos (“ovejas”) entramos en comunión con Dios, de quien proviene la vida. El Buen Pastor se hace responsable de que nada ni nadie pueda separar sus ovejas del Padre, quitándoles esta vida, ni siquiera la muerte: “nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre” (Jn 10,29). Las ovejas de Jesús, pues, son aquellas que se dejan dar la vida divina mediante la escucha y obediencia a la Palabra, porque creen en (se fían de) el Buen Pastor. ¿Somos tú y yo de las ovejas del Buen Pastor? ¿En qué lo sabemos?
Consejo de la semana: Hoy la Iglesia nos invita a pedir y agradecer a Dios las vocaciones, especialmente al ministerio sacerdotal, llamado a hacer presente en el mundo y la Iglesia la responsabilidad y el amor de Jesús Buen Pastor. Si no lo haces ya, asegúrate que cada día entre tus intenciones esté el pedir por el aumento, perseverancia y santidad de los llamados. Te exhorto además a asumir como responsabilidad personal el pedir diariamente por los sacerdotes y las vocaciones al sacerdocio que han servido o servirán a nuestra comunidad de Cristo Redentor.
El Evangelio según Juan que nos presenta hoy la liturgia narra “la tercera vez que Jesús se manifestó a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos” (20,14). Esta manifestación no consiste sólo en la revelación de la verdad de la resurrección (no es sólo saberlo en nuestra mente), sino en hacer la experiencia del hecho. Vemos cómo los discípulos aprenden a vivir pascualmente, es decir, a actuar guiados por la Palabra de Jesús entrando así en una relación vivificante con el Señor Resucitado. Descubren además, que vivir en comunidad no es sólo encontrarse, estar juntos, hacer cosas juntos, sino llegar a ser comunidad de amor como resultado de vivir la comunión con el Resucitado, quien ejerce su señorío en la Palabra y la nutrición eucarística, evocada por la invitación de Jesús a comer y la frase “Toma el pan y se lo da” (21,13b). ¿Tengo el valor de reconocerme necesitado de Él, de su presencia, de experimentar la comunión con Él? ¿Me dejo guiar por su Palabra? ¿Me dejo nutrir de la Eucaristía, o sólo comulgo?
Consejo de la semana: ¿Ya cultivas por media hora diaria la escucha y acogida de la Palabra en el silencio del corazón? ¿Que tal si decides separar ya, comenzando hoy mismo, esa media hora en el mejor momento de tu día, a solas, en silencio con Dios? No olvides que para que esto se de es necesario disciplinarse en cuanto al uso del tiempo. ¿Qué ajustes necesitas hacer?
En el evangelio de hoy Jesús dice a sus discípulos: “A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados” (20,23) y los envía con plena autoridad para perdonar pecados. El perdón de los pecados es acción del Espíritu, porque ser perdonado es dejarse crear por Dios. Es así como en la Pascua se realizan plenamente las palabras que Juan Bautista dijo acerca de Jesús: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (1,29). Quien acoge a Jesús resucitado, experimenta su salvación, sus pecados son perdonados y entra en la comunión con Dios, lo cual le permite superar sus contradicciones y limitaciones, abriéndose a la vida en comunión con Dios y los hermanos, abriéndose a la santidad que Dios le comunica. ¿He tenido experiencia personal de que Jesús Resucitado es el Cordero de Dios que quita el pecado de mi vida, perdonando mis pecados y superando mis contradicciones y limitaciones?
Consejo de la semana: La Iglesia celebra hoy el Domingo de la Divina Misericordia. Acércate al sacramento de la Reconciliación bien preparado y experimenta lo que es verdadera misericordia. Pide a Cristo que te ayude a abandonarte y dejarte dirigir por Él (a creer en verdad en Él). Reza la Coronilla a la Divina Misericordia y repite: “Jesús, en Ti confío”. Deja que Él en ti sea misericordioso con los demás. Háblale a alguien que no conoce a Dios de la Divina Misericordia.
Durante la Cuaresma se nos ha invitado a fortalecer las prácticas que conducen a una fe activa que se manifiesta por medio de la caridad. Y a examinarnos para quitar de nuestra vida todo lo que apaga la fe, lo que nos lleva a apoyarnos en los medios humanos y no en Dios. Hoy el Evangelio nos presenta a María Magdalena y a Pedro y Juan como ejemplos de fe. Esa confianza dócil en el Señor los lleva a captar los signos de su presencia, que son signos de su amor. En el relato vemos tres signos: el sepulcro vacío, las vendas en el suelo y el sudario enrollado aparte. Captar los signos –que pasan desapercibidos a quien no cree– fortalece la fe y lleva a una experiencia del amor de Dios que despierta en nosotros el querer amarlo más. Al igual que sucedió con el discípulo que llegó primero al sepulcro, la Sagrada Escritura fortalecerá nuestra fe y la fe nos hará captar mejor los signos que nos permitirán entender mejor la Escritura.
Consejo de la semana: A partir de hoy y por cincuenta días hasta Pentecostés las lecturas de la Misa nos ayudarán a continuar nuestro recorrido de crecimiento en la fe atentos a los signos del amor de Dios por nosotros. Haz el propósito de meditarlas cada día por al menos media hora. Añade la explicación o comentario de alguna fuente católica autorizada, bien en libro impreso o en Internet. ¿Con qué signos externos concretos vas a celebrar la Resurrección de Jesús en tu casa y en tu comunidad?
La liturgia hoy nos invita a recorrer el camino de la Pasión con Jesús, desde la entrada en Jerusalén hasta el Calvario, y luego hasta la resurrección. Y nos invita a hacerlo con sus mismas actitudes. Para ello es importante la contemplación de los pasos de Jesús y el silencio para interiorizarlos. Toma los ramos este domingo con el deseo sincero de iniciar un camino junto con Él. Medita cómo han actuado los distintos “poderosos”: sacerdotes, escribas y fariseos, Pilato, Herodes. ¿Qué piensas de ellos? ¿Cómo crees que hubieras podido pensar, actuar, hablar y decidir en su lugar? Frente a ellos, ¿cómo ha pensado, actuado, hablado y decidido Jesús? ¿Cómo ejerce el poder Jesús? ¿Cómo debe ejercerlo su discípulo? ¿Cómo lo ejerces tú?
Consejo de la semana: A las puertas de la Semana Santa, reflexiona en tu oración hasta que punto puedes, como Cristo, confesar tu fe no sólo de palabra sino con tu vida concreta comprometida con la voluntad del Padre en todo momento. Escoge un elemento que todavía tengas que entregarle a Dios y trabaja con él. Luego ofrécelo en la Misa en la Presentación de los dones junto al pan y al vino sobre el altar. Acostúmbrate a hacer esto en cada Eucaristía.
En un ambiente de conflicto con los escribas y fariseos Jesús pone en práctica el comportamiento que nos enseñó el domingo pasado en la parábola del Padre misericordioso. Se enfrentan la ley de los judíos y la misericordia y el perdón, que es la perfección a la que tiende la ley. Para los escribas y fariseos sólo el estricto cumplimiento de la ley representaba la voluntad de Dios. Jesús, el Hijo, el único que conoce al Padre y lo revela (ver Mateo 11, 27), sabe que no es así y nos muestra –a la mujer adúltera, a sus acusadores y a nosotros– el dinamismo del perdón: reconocer el pecado, ser perdonado y perdonar a los demás. Cerca ya de la Semana Santa es absolutamente necesario revisar cómo estás viviendo el dinamismo del perdón. Porque así como no puede juzgar quien tiene motivos para ser juzgado, igualmente sólo quien perdona puede ser perdonado por Dios.
Consejo de la semana: Reza hoy domingo los cinco misterios gloriosos del Santo Rosario. Medita sobre la escena de cada uno mientras vas repitiendo los Padrenuestros y Avemarías. Te puede ayudar buscar un librito que traiga una cita bíblica para cada misterio. Si no lo tienes a mano, imagina la escena y haz silencio al menos por 10 segundos antes de comenzar la recitación de cada misterio. Haz el propósito de continuar con esta bella oración del Santo Rosario todos los días.
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