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Queridos hermanos y hermanas:
«La Palabra era Dios… y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros» (Jn 1, 1.14). El Hijo de Dios es el Mensajero y el Mensaje. Un mensaje divino en forma humana para que pueda ser entendido y acogido por nosotros los seres humanos. Sin embargo, «vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11). Dios pone todo de su parte para que podamos responder, pero la respuesta depende de nuestra libertad. Si no queremos escuchar, si queremos escuchar sólo lo que nos conviene, si queremos interpretar el mensaje a nuestro modo, reducirlo a dimensiones humanas, si nos empeñamos en acogerlo con nuestras solas capacidades sin dejarnos convertir, transformar por Dios, para que el mensaje divino pueda también vivir en nuestra humanidad, entonces lo perdemos todo, frustramos la razón de nuestra existencia y nunca seremos felices. Entonces no tendremos Navidad. Sólo podremos decir “felices fiestas” sin saber realmente de qué se trata. «Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre» (Jn 1, 12). La fe –confiar y obedecer– hace posible lo imposible, porque «para Dios todo es posible» (Mt 19, 26).
Consejo de la semana: Revisa cómo vas en tu práctica del examen de conciencia diario. Si todavía no lo logras, ponle un poco más de esfuerzo y cuidado. Acude a un sacerdote si encuentras dificultades o tienes dudas.
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel
Al comenzar un nuevo año civil damos gracias a Dios por bendecirnos continuamente: por su fidelidad a pesar de nuestras infidelidades, por su bondad a pesar de nuestra maldad, por su generosidad a pesar de nuestro egoísmo, por su amor a pesar de nuestro desamor. Queremos vivir cada día del nuevo año firmemente apoyados en Dios, la Roca firme, el único que da estabilidad a nuestros vaivenes y fortalece nuestras debilidades permitiéndonos enfrentar el futuro con confianza. Reafirmamos nuestra fe en Aquel que es Señor del tiempo y de la historia: origen, centro y meta de nuestra historia personal y comunitaria; Aquel que con Amor nos conduce al Amor. Al cruzar el umbral de este Año Nuevo, celebramos la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, a quien invocamos justamente como Puerta del Cielo, para que bajo su amparo estos próximos meses –vividos a ejemplo de María en comunión con Dios– sean para nosotros verdadero camino hacia el Cielo. Hoy también la Iglesia celebra la Jornada Mundial por la Paz. Todos queremos un mundo mejor. Todos queremos que Dios nos bendiga y bendiga a los demás. Pero esto solo es posible cuando trabajamos por la paz, no la paz que da el mundo –la que se basa en un equilibrio de egoísmos–, sino la que nos trajo Jesucristo y que se basa en la victoria del amor sobre todo pecado: cuando nuestra vida, como la de Santa María, está alineada con la voluntad de Dios.
Consejo de la semana: Revisa como vives el momento del Rito de la paz dentro de la Misa. ¿Eres consciente de que no se trata de un saludo sin más –por más cariñoso y genuino que sea– sino de comunicar a los demás la paz de Cristo que el sacerdote nos ha participado (“La paz del Señor esté con ustedes”)? En estos momentos en que debido a la pandemia del COVID no podemos darnos la mano ni tocarnos físicamente muchos han sustituido el signo por un movimiento de manos. Pero el significado es el mismo: dar la paz al hermano que está junto a ti en la Misa significa dejar que Cristo reviva su Misterio Pascual en ti, venciendo todo pecado y transformándote según la voluntad de Dios.
En la Misa de clausura del Encuentro mundial de las familias de 2015 en Filadelfia el Papa nos dio una bella catequesis sobre la familia. Meditemos algunas de sus palabras: «La familia tiene carta de ciudadanía divina. ¿Está claro? La carta de ciudadanía que tiene la familia se la dio Dios, para que en su seno creciera cada vez más la verdad, el amor y la belleza. […] Dios no quiso venir al mundo de otra forma que no sea por medio de una familia. Dios no quiso acercarse a la humanidad sino por medio de un hogar. Dios no quiso otro nombre para sí que llamarse Emmanuel (Mt 1,23), es el Dios-con-nosotros. Y este ha sido desde el comienzo su sueño, su búsqueda, su lucha incansable por decirnos: “Yo soy el Dios con ustedes, el Dios para ustedes”. Es el Dios que, desde el principio de la creación, dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,18a), y nosotros podemos seguir diciendo: No es bueno que la mujer esté sola, no es bueno que el niño, el anciano, el joven estén solos; no es bueno. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y los dos no serán sino una sola carne (cf. Gn 2,24). Los dos no serán sino un hogar, una familia». ¿Tengo claro cual es mi misión dentro de mi familia?
Consejo de la semana: El Papa Francisco en muchas ocasiones al hablar de la familia nos ha invitado a meditar sobre tres palabras. En su catequesis del 13 de mayo de 2015 nos decía: «(1) Permiso. Cuando nos preocupamos por pedir gentilmente eso que quizá creemos que merecemos, ponemos una defensa real en el espíritu de la convivencia matrimonial y familiar. (2) Gracias. Debemos ser intransigentes sobre la educación en la gratitud, en el reconocimiento: la dignidad de las personas y la justicia social pasan ambas por aquí. (3) Perdón. Palabra difícil, sí, pero también necesaria. Cuando falta, pequeñas grietas se engrandecen –aún sin quererlo– hasta convertirse en fosas profundas». Aprovecha estos días para repasar en tu oración cómo vives estas palabras en tu familia. Haz propósitos concretos y compártelos con los demás miembros de tu hogar.
En su homilía en la Misa de Nochebuena del año 2020 nos dijo el Papa Francisco: «En Belén, que significa “Casa del Pan”, Dios está en un pesebre, recordándonos que lo necesitamos para vivir, como el pan para comer. Necesitamos dejarnos atravesar por su amor gratuito, incansable, concreto. Cuántas veces en cambio, hambrientos de entretenimiento, éxito y mundanidad, alimentamos nuestras vidas con comidas que no sacian y dejan un vacío dentro. El Señor, por boca del profeta Isaías, se lamenta de que mientras el buey y el asno conocen su pesebre, nosotros, su pueblo, no lo conocemos a Él, fuente de nuestra vida (cf. Is 1,2-3). Es verdad: insaciables de poseer, nos lanzamos a tantos pesebres de vanidad, olvidando el pesebre de Belén. Ese pesebre, pobre en todo y rico de amor, nos enseña que el alimento de la vida es dejarse amar por Dios y amar a los demás. Jesús nos da el ejemplo: Él, el Verbo de Dios, es un infante; no habla, pero da la vida. Nosotros, en cambio, hablamos mucho, pero a menudo somos analfabetos de bondad». Que nuestra comunidad parroquial y cada uno de nuestros hogares sea un Belén donde –en cada uno de nosotros– Jesús siga amando y dejándose amar. ¡Feliz Navidad!
Consejo de la semana: Saca tiempo estos días para visitar con toda tu familia algunos de los nacimientos más hermosos y completos que se montan cada año en San Juan. Aprovecha la oportunidad para meterte en las escenas y orar un rato. Puedes visitar, entre otros: Siervas de María, Calle Fortaleza No. 1, Viejo San Juan y Hogar Santa Teresa Jornet, Carr. 176 Km 3.8, Cupey.
En la homilía que pronunció en el Santuario de El Cobre, Cuba, el 22 de septiembre de 2015, comentando este pasaje, el Papa Francisco nos dijo: «El Evangelio que escuchamos nos pone de frente al movimiento que genera el Señor cada vez que nos visita: nos saca de casa. Son imágenes que una y otra vez estamos invitados a contemplar. La presencia de Dios en nuestra vida nunca nos deja quietos, siempre nos motiva al movimiento. Cuando Dios visita, siempre nos saca de casa. Visitados para visitar, encontrados para encontrar, amados para amar. […] Estamos invitados a «salir de casa», a tener los ojos y el corazón abierto a los demás. Nuestra revolución pasa por la ternura, por la alegría que se hace siempre projimidad, que se hace siempre compasión —que no es lástima, es padecer con, para liberar— y nos lleva a involucrarnos, para servir, en la vida de los demás». ¿He recibido la visita del Señor en mi vida? ¿Me ha «sacado de casa» para servir? ¿Vivo la ternura, la alegría que se hace projimidad?
Consejo de la semana: Te invito a vivir esta Navidad como lo hizo María. Ora en silencio antes de comenzar tu día, antes de que la algarabía, las voces, la música ocupen tus sentidos. Medita en la invitación que Dios te hace para que lo acojas en tu vida ese día. Déjate visitar por Jesús. Toma como base el evangelio de la Misa del día. Y escucha al Espíritu antes de dar tu respuesta, antes de dar tu «sí», como María, a Dios. Hazte consciente que esa respuesta se hará concreta en tus palabras y acciones a lo largo del día. Luego, antes de ir a descansar en la noche, dedica un par de minutos a repasar tu día y cómo compara tu respuesta vivida contra la respuesta que diste en la oración. Pide perdón y ayuda por lo que no fue coherente y agradece todo lo demás. Disfruta según va creciendo tu acogida de Dios, de su voluntad.
La invitación a la conversión que nos dirige Juan Bautista se verifica en cambios concretos de actitudes y acciones, según nuestra situación. «¿Qué debemos hacer?» (Lc 3,10.12.14). Es lo que el Evangelio nos invita a preguntar y a escuchar la respuesta de Dios para cada uno. ¿Sigues acaparando bienes y dinero cuando ya te sobra para vivir bien? Practica la generosidad y sé desprendido sobre todo con el más necesitado. ¿Usas el tiempo para ti, tus cosas, tu disfrute y según tus prioridades? Compártelo con quien espera de tu tiempo para ser escuchado, quizás tu hijo o tu cónyuge, quizás tus padres que hace tiempo te esperan para hablar, los enfermos sin familia o que nadie visita. Pon como prioridad diaria tu media hora mínima de oración en silencio para encontrarte con Dios y dejar que te hable. ¿Sigues despojando a tu prójimo de su reputación, y hasta de su puesto en un estacionamiento o en una fila? Respeta su derecho. ¿Desobedeces las normas y leyes justas puestas para salvaguardar el bien común? Imita a Jesús que con todo y ser el Hijo «aprendió, sufriendo, a obedecer» (Hb 5,8).
Consejo de la semana: Haz una lista de los hábitos que vas a revisar en tu vida. Dialoga pausadamente con Dios en tu oración sobre lo que hay que quitar, cambiar o añadir este Adviento para preparar bien la llegada del ‘Dios-con-nosotros’. De manera especial revisa tu empleo del tiempo, de tus bienes y de tu dinero. Si hacemos lo mismo de cada año tendremos los mismos resultados que nos dejan insatisfechos. Toma la decisión de que este año no sea así.
Juan Bautista se define como la voz que grita en el desierto. El desierto simboliza nuestra vida y nuestro entorno cuando no está regido por la voluntad de Dios. Curiosamente, de tanto vivir en el desierto nos acostumbramos a él. Viene entonces la resistencia al cambio: queremos seguir como estamos. Si no nos dejamos sacudir por Juan Bautista seguiremos frustrando nuestras expectativas más profundas y las de la sociedad, sufriendo todos las consecuencias, pues la fe no es para vivirla sólo en el templo sino para que todos vean la salvación de Dios. ¿Cómo acojo el mensaje de los profetas que Dios me envía en mi tiempo y lugar concreto? ¿Prefiero escuchar mejor al que confirma mis ideas y comportamientos que a quien me dice verdades que me fastidian?
Consejo de la semana: En la presencia del Señor revisa si tu manejo de los bienes materiales y el dinero da testimonio de que Dios es tu verdadero tesoro, para que los demás puedan creer. ¿Qué cambios tienes que hacer para que tus prioridades sean las de Dios? ¿Para que tu seguridad y apoyo sea Dios, «Dador de todo don», y no sus dones? Escucha lo que el Señor te dice y pídele que te ayude a lograrlo.
El Mesías vino hace dos mil años en Navidad. Él volverá “con gran poder y gloria” al fin de los tiempos, como nos dice el evangelio de este día. El tiempo del Adviento que hoy comenzamos nos quiere ejercitar en una virtud cristiana básica: la esperanza. Ella se puede ver amenazada, por un lado, por la rutina que nos adormece y nos lleva a buscar compensaciones para disfrutar y pasarla bien, y por otro, la intranquilidad y hasta desesperación al ver deteriorarse continuamente la convivencia entre personas y pueblos, la crisis en la economía, el aumento de catástrofes naturales, de guerras y terrorismo, etc. Por eso hoy el Señor nos pregunta: ¿Qué es lo que te da seguridad? ¿Qué esperas? ¿De quien? Y nos invita a la vigilancia, es decir, a poner nuestra seguridad en Él y en su Palabra mientras colaboramos en la construcción del Reino cuyo advenimiento no fallará.
Consejo de la semana: Prepara la corona de Adviento en tu hogar. Es muy sencillo de hacer y encierra un simbolismo tan hermoso. Debe ser el centro de la oración hogareña, donde la familia se reúne para orar diariamente como comunidad en espera y así preparar las venidas cotidianas de Cristo a nuestras vidas.
La celebración de la realeza de Jesucristo siempre culmina el año litúrgico que concluye esta semana. El evangelio confronta la realeza de Cristo con la realeza del mundo. Su Reino no es de este mundo ni como los de este mundo que buscan dominar a sus súbditos y que éstos sirvan al rey. El Reino de Dios es justamente lo opuesto: salvar a sus criaturas poniéndose a su servicio, amándolas, buscando su bien. Y para ser testigo de esta verdad (“Dios es amor”) Jesús asume el servicio sin límite ni condiciones; por eso hoy celebramos que Cristo reina desde la Cruz. ¿Qué implica para mí aceptar el testimonio de Jesús, escuchar su voz? ¿Estoy dispuesto a reinar con Jesús y como Jesús?
Consejo de la semana: Revisemos cómo nos estamos dejando amar por Dios. ¿Cómo dejo que Jesús sea Rey para mí (cómo dejo que me sirva)? ¿Qué obstáculos le pongo a su amor? ¿La cantidad y calidad de mi oración diaria me permite una experiencia de su amor? ¿El tiempo y energías que dedico a servir a los demás me permiten una experiencia cotidiana de su amor?
Cerramos el año litúrgico con una invitación a la esperanza cristiana. Ante todo el mal que vemos y que nos afecta a diario, Jesús invita a sus discípulos a confiar firmemente en su Palabra, la Palabra de Dios que, en contraste con el mundo, es la única que no pasará. Sólo lo que se apoya en Dios y su Palabra permanecerá. Todo lo demás desaparecerá, porque es Dios quien da consistencia y valor de eternidad a las cosas. No nos toca vivir pendientes del fin y ni de cuando llegará, sino pendientes de toda Palabra que sale de la boca de Dios. El Catecismo nos dice: «La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo» (no. 1817). ¿Cómo está nuestra esperanza?
Consejo de la semana: Te invito a reflexionar lo siguiente en tu oración personal esta semana: ¿Qué esperas de Dios? ¿En qué se apoya tu esperanza? ¿Cómo la cultivas? ¿En qué palabras y acciones concretas se manifiesta en tu vida?
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