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Queridos hermanos y hermanas:
El relato de la transfiguración expresa lo que es una experiencia de Dios con un lenguaje simbólico que los judíos, destinatarios inmediatos del evangelio, podían entender: la montaña alta es el lugar del encuentro con Dios, la nube luminosa es la presencia de Dios Espíritu Santo, la voz que habla de la nube es la del Padre, los vestidos blancos como la luz significan la vida divina. El transfigurarse Cristo significa que Él es Dios. Moisés y Elías conversando con Él representan la Ley y los Profetas que anuncian que Cristo es Dios-con-nosotros y ofrecen en sus escritos los detalles para reconocerlo. Y en medio de esta experiencia sobrenatural, Dios Padre nos pide “escuchar” a su Hijo amado, su predilecto. Escuchar al Hijo es escucharlo a Él. Obedecer al Hijo es obedecer al Padre. Es la condición necesaria para entrar en la “familia divina”: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y para vivir en ella como verdaderos hijos de Dios, permanentemente instalados en la «montaña alta» y envueltos en la «nube luminosa».
Consejo de la semana: Agradece al Señor haber recibido su perdón sacramental una y otra vez en el sacramento de la Reconciliación; agradece los medios y dones sobrenaturales (Bautismo, Eucaristía, el Espíritu Santo, las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, etc.). Piensa cómo aprovechas estos dones en tu vida. ¿Estará Dios contento de habértelos regalado por la manera en que los acoges, aprovechas y compartes?
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel
El diablo tienta a Jesús invitándole a actual sin contar con su Padre. Lo mismo hace con nosotros. Justificaciones podemos encontrar siempre para “resolver” por nuestra cuenta sin contar con Dios. Puede tratarse tanto de necesidades reales (el hambre en la primera tentación de Jesús) como de deseos de nuestras pasiones desordenadas que nos llevan a buscar placer, poder y riqueza como bienes en sí mismos, seguros de que los merecemos e, incluso, de que Dios quiere dárnoslos. El problema está en buscar lo que nos parece bueno sin contar con Dios, sin dialogar con Él para saber si es su voluntad. Jesús sabe que Él no es Hijo de Dios por su cuenta, sino sólo por, con y en el Padre. Si actuara por su cuenta (como le invita a hacer el tentador) confirmaría que no es el Hijo de Dios. Asimismo nosotros, cuando no actuamos por, con y en Cristo renunciamos a nuestra filiación divina. Jesús sabe que todo lo ha recibido y lo recibirá de su Padre Dios. Sólo tiene que vivir en la voluntad del Padre: «No se haga mi voluntad sino la tuya» (Lc 22,42). Igual nosotros.
Consejo de la semana: Asume en tu vida la centralidad de la Palabra de Dios acogida y meditada. Revisa tu oración y asegura que separas al menos media hora cada día para meditar la Palabra. Comienza hoy mismo y, aunque falles alguna vez, esfuérzate en continuar sacando la media hora diaria de oración a solas con Dios.
En el Evangelio de hoy queda claro que lo fundamental es ser “hijos en el Hijo”, es decir, que el amor cristiano no es más que la manera de ser del Padre Dios reflejado en sus hijos, así como nos lo reveló en su Hijo Jesús. “Sean hijos de vuestro Padre del cielo… Sean perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo” (Mt 5,45.48). Esta “filiación” y esta “perfección” se deja conocer en la manera como el discípulo que vive los valores del Reino enfrenta la violencia. La enseñanza completa la de la semana pasada, presentando ahora situaciones que no dependen del discípulo. Primero, ante las agresiones y ofensas, la justicia no se logra con la venganza sino con la paradójica victoria del derrotado: “No opongáis resistencia al malvado” (5,39a). Segundo, ante los enemigos lo que hay que hacer no es odiarlos sino rogar por ellos y hacerles el bien: “amar al enemigo” (Mt 5,44a). ¿Hasta qué punto me he dejado transformar en hijo de Dios para vivir según las Bienaventuranzas?
Consejo de la semana: Revisa el uso de tu tiempo, don de Dios. Mira la proporción que dedicas a tus cosas y gustos y la proporción que empleas como lo haría Cristo: sirviendo a los demás. Pide ayuda al Señor para hacer ajustes. Identifica modos de servir a los que están a tu alrededor, sobre todo a los pobres que no pueden compensarte lo que hagas por ellos. Así tu paga te la dará Dios y será muy superior.
Con nuestro testimonio de vida que anuncia los valores del Evangelio «somos en muchas ocasiones el único Evangelio que los hombres de hoy todavía leen» dijo el Papa Emérito Benedicto XVI en su homilía el Miércoles de Ceniza de 2011. Hoy Jesús inicia una profundización de los valores que mueven al discípulo que vive las Bienaventuranzas, mostrando cómo actúa en tres situaciones de conflicto cuya solución depende de él. Primero, la reconciliación pronta y prioritaria con el que tiene quejas contra él o le debe algo. Segundo, cuando por fidelidad a la persona que ama, todo lo demás pasa a un segundo plano. Tercero, porque siempre dice la verdad el discípulo no tiene necesidad de jurar para acreditar su veracidad. Por el contrario, el mundo nos dice que debemos defender primero nuestro interés y que, para ello, si es necesario cometer una injusticia, ser infiel o mentir, se justifica hacerlo. Se nos quiere hacer creer que la verdad es relativa, que hay circunstancias en las que podemos saltarnos los derechos de los demás. En definitiva, que para salir adelante en la vida es necesaria una cuota de mal en nuestro proceder. Sin embargo, por experiencia sabemos que lo que Jesús nos dice es la pura verdad: cuando falta la reconciliación, la fidelidad y la credibilidad la convivencia fraterna se viene al piso. ¿Cómo están estos valores presentes en mi vida de seguimiento de Jesús?
Consejo de la semana: Los alimentos que ingieres son un maravilloso don de Dios. Cultiva tu reconocimiento de que provienen de Él dando gracias a Dios por ellos antes de cada comida del día, tanto en público como en privado, sólo o acompañado. Anima a otros a hacer lo mismo. La sociedad de consumo alienta a derrochar en caprichos los bienes que Dios nos regala. Como discípulo agradecido te invito a que hagas lo contrario, aplicando la ley del amor y de la justicia, compartiendo de lo que tienes con los necesitados. No te conformes con dar de lo que te sobra. ¿Con quien o quienes has compartido tus bienes esta semana?
Las Bienaventuranzas que, a diferencia de los Diez Mandamientos en el Antiguo Testamento, no son preceptos (haz esto y no hagas aquello) sino que describen cómo son los discípulos que se dejan introducir por Dios en su Reino, es decir, retratan la paradoja que se da cuando el discípulo que sufre, llora y es perseguido tiene a Dios como única riqueza (es “pobre en el espíritu”) y busca su voluntad (“la justicia”) alcanzando la felicidad aquí y ahora, porque comienza a vivir en Dios (“en el Cielo”) y Dios en él. Esto acontece no por el esfuerzo ni el cumplimiento de preceptos, sino porque el discípulo con su obrar entabla una relación personal con el Padre por medio de Jesucristo, lo que le permite a Dios transformarlo según Él es. La consecuencia lógica de esta transformación es que el discípulo se convierte en una persona “diferente”, que ya no es como los demás, sino que tiene la visión, criterio, estilo, preferencias y reacciones de Dios. Resulta, por tanto, ser «luz del mundo», que muestra cómo vive el ser humano –con valores opuestos a los del mundo y feliz– según el plan establecido por Dios antes de la creación y encarnado en su Hijo Jesucristo. Una luz no se enciende para ocultarla sino para que ilumine. Con encenderla ya ilumina, no hay que darle promoción. Cuando es una luz grande, como la que emite una ciudad en lo alto de un monte, simplemente no se puede ocultar. ¿Ilumina nuestra vida? ¿Ilumina nuestra comunidad parroquial?
Consejo de la semana: Reflexiona con qué frecuencia participas en la Eucaristía. ¿Qué buscas cuando participas? ¿Deseas que llegue cada semana el momento de celebrar la Eucaristía en tu comunidad parroquial? Pide al Señor que puedas celebrarla activamente al menos cada fin de semana. Haz el propósito también de acudir a la Santa Misa al menos otro día en la semana.
Nos dijo el Papa Francisco en su homilía el 2 de febrero de 2019: «Si recordamos nuestro encuentro decisivo con el Señor, nos damos cuenta de que no surgió como un asunto privado entre Dios y nosotros. No, germinó en el pueblo creyente, en medio de tantos hermanos y hermanas, en tiempos y lugares precisos. El Evangelio nos lo dice, mostrando cómo el encuentro tiene lugar en el pueblo de Dios, en su historia concreta, en sus tradiciones vivas: en el templo, según la Ley, en clima de profecía, con los jóvenes y los ancianos juntos (cf. Lc 2,25-28.34). […] Dos jóvenes van presurosos al templo llamados por la Ley; dos ancianos movidos por el Espíritu. […] Así es como nace el encuentro con el Señor: el Espíritu revela al Señor, pero para recibirlo es necesaria la constancia fiel de cada día. Sin una vida ordenada, incluso los carismas más grandes no dan fruto. Por otro lado, las mejores reglas no son suficientes sin la novedad del Espíritu: la ley y el Espíritu van juntos. […] Dios nos llama a que lo encontremos a través de la fidelidad en las cosas concretas: oración diaria, la Misa, la Confesión, una caridad verdadera, la Palabra de Dios de cada día. […] Si esta ley se practica con amor, el Espíritu viene y trae la sorpresa de Dios».
Consejo de la semana: Revisa tu fidelidad a las ‘cosas concretas’ que menciona el Papa: oración diaria, Misa, Confesión, caridad verdadera con obras, meditación y acogida diaria de la Palabra. ¿Ya las has puesto en el primer lugar en tu vida?
“Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos” anuncia Jesús en su predicación. El Reino de los cielos es el Reino de Dios. Y Dios reina donde se cumple su voluntad, lo que hace posible que Él se manifieste como Amor. Esto es ya una realidad en Jesús, quien no sólo anuncia sino que también encarna el Reino de Dios en su persona. Al igual que pasó por Galilea, por la vida cotidiana de los primeros discípulos –Pedro y Andrés; Santiago y Juan– y personalmente los invitó a seguirle, es decir, a anunciar y encarnar también ellos en sus personas el Reino, así también pasa junto a nosotros, en lo que estamos haciendo cada día –vida familiar, relaciones, ocupaciones, opciones, vida parroquial, alegrías, sufrimientos– invitándonos a convertirnos para dejar que el Reino llegue a nosotros. ¿Cómo pasa Jesús por tu vida? ¿En quienes? ¿En qué situaciones? ¿Con qué exigencias?
Consejo de la semana: Al comenzar el nuevo año conviene revisar el uso de tu dinero y bienes materiales, que son don de Dios. Mira la proporción que dedicas a tus cosas y gustos y la proporción que empleas como lo haría Cristo: para servir a los demás. Pide ayuda al Señor para hacer ajustes. Revisa la aportación económica a tu parroquia para que sea a menos el valor de una hora de trabajo a la semana (es decir, tu salario semanal dividido entre las horas que trabajas a la semana; si estás retirado divide tu pensión mensual entre 160).
El verbo “ver” que aparece tres veces en el corto evangelio de hoy no se refiere sólo a la vista física sino a algo más profundo: un mirar a Jesús que conduce a la fe, a fiarse de Él para llegarlo a “conocer”; no en el sentido de saber quien es, sino de tener una experiencia de comunión de vida con Él. Es esta experiencia la que nos permitirá constatar que es verdad lo que dice Juan Bautista de Jesús: es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Esta frase se repite en cada Misa, justo antes de la Comunión, cuando el sacerdote muestra a Jesús Eucaristía. Nuestra experiencia de vida en comunión con Jesús es la que le permite quitar el pecado del mundo, comenzando por el pecado que hay en cada uno de nosotros. No sólo perdonar nuestros pecados, sino también transformarnos para que el pecado vaya desapareciendo de nuestras vidas, de nuestros pensamientos, palabras, obras y omisiones, como decimos en el Acto Penitencial al inicio de cada Misa. La práctica religiosa no es un fin en sí mismo. Lo que busca es abrir cauces para que “viendo” podamos “conocer” de primera mano al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¿Es así como vives la Misa, la Confesión, la oración, la adoración?
Consejo de la semana: Identifica los dones por los que estás más agradecido a Dios. Revisa cuan apegado estás a ellos. Un modo de hacerlo es meditando sobre cómo te sentirías o reaccionarías si Dios retirara ese don o esos dones. Pide al Señor que te ayude.
El Dios hecho hombre que vimos el domingo pasado –la Palabra hecha carne– por su infinito amor hacia nosotros se hace verdaderamente hombre con todas las implicaciones que ello conlleva. Aunque no tiene pecado, asume sobre sí las consecuencias de los pecados de la humanidad y comparte la suerte de los seres humanos pecadores. Por eso se somete al bautismo de Juan. Esta escena abre la vida pública de Jesús y anticipa lo que será su culminación: su solidaridad para con nosotros pecadores lo llevará a la muerte en cruz. Para los lectores de su evangelio, Mateo deja claro que aunque Jesús se bautice como los demás, no es un pecador: Dios Padre ratifica que Jesús es su Hijo y envía sobre Él su Espíritu. El amor fiel de Dios manifestado en Jesús –amor que hemos contemplado en estos días de Adviento y Navidad– debe despertar en nosotros un agradecimiento y asombro tales que tomemos la decisión irrevocable de acoger ese amor como don en nuestras vidas, para disfrutarlo y comunicarlo a los demás.
Consejo de la semana: Hoy concluye el breve tiempo litúrgico de la Navidad y nos encontramos iniciando un nuevo año. De las cosas que has visto en tu oración personal que Dios te pide, toma una o dos, y pon manos a la obra sin dejar pasar un día más. Si no has visto nada claro, te sugiero: (a) adoptar la costumbre de acudir mensualmente al sacramentso de la Reconciliación, (b) adoptar la práctica de dedicar al menos treinta minutos semanales a la adoración eucarística, (c) adoptar la práctica de orar diariamente media hora tomando como apoyo las lecturas de la Misa de cada día.
La Epifanía es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, más aún que la misma Navidad. Comenzó a celebrarse en Oriente en el siglo III y en Occidente se la adoptó en el curso del IV. Epifanía, voz griega que a veces se ha usado como nombre de persona, significa "manifestación", pues el Señor se reveló a los paganos en la persona de los magos. Tres misterios se suelen celebrar en esta sola fiesta, por ser tradición antiquísima que sucedieron en una misma fecha aunque no en un mismo año; estos acontecimientos salvíficos son la adoración de los magos, el bautismo de Cristo por Juan y el primer milagro que Jesucristo, por intercesión de su madre, realizó en las bodas de Caná y que, como lo señala el evangelista Juan, fue motivo de que los discípulos creyeran en su Maestro como Dios. Para los occidentales, que aceptaron la fiesta alrededor del año 400, la Epifanía es popularmente el día de los reyes magos. El verdadero rey que debemos contemplar en esta festividad es el pequeño Jesús. La estrella condujo a los magos junto al Niño Divino, al que buscaban para adorarlo. Los magos supieron utilizar sus conocimientos —en su caso, la astronomía de su tiempo— para descubrir al Salvador, prometido por medio de Israel, a todos los hombres. ¿Qué recursos utilizo yo para llegar al encuentro personal con Jesús? ¿Qué me impide reconocer la “estrella” que Dios hace brillar para guiarme? ¿Estoy dispuesto a hallar al Niño en la humildad del “pesebre”?
Consejo de la semana: Te invito a meditar en el silencio de tu oración personal qué desearías ofrecerle al Niño como regalo este día. Pregúntale también a Jesús qué es lo que Él desea que le regales, que le entregues. No olvides que lo que le niegas a Jesús te lo niegas a ti mismo, y lo que le entregas a Jesús te lo das a ti mismo.
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