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Queridos hermanos y hermanas:
Jesús hace un elogio sin comparación de Juan Bautista: lo llama el mayor de los nacidos de mujer, es decir, el mayor de los hombres. Desde el punto de vista humano es así porque no cabe mayor grandeza para un hombre que preparar la llegada y presentar al Hijo de Dios en persona. Sin embargo, Jesús aclara que «el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él». Toda grandeza humana resulta insignificante comparada con la grandeza de lo que Dios hace en y por medio de los que acogen su Reino, buscando siempre en y todo, Su voluntad. Está claro que Juan Bautista, además de su grandeza humana, es también grande en el Reino, pues su vida y misión son acogida de Dios y su voluntad sobre él desde el momento en que salta en el seno de su madre Isabel, que recibe el Espíritu Santo al visitarla Santa María. ¿Qué grandeza estoy buscando en mi vida, la que proviene de lo que yo puedo hacer o la que proviene de lo que Dios puede hacer en mí si se lo permito?
Consejo de la semana: Uno de los pilares de la corresponsabilidad es la formación. El discípulo cristiano sabe que debe dedicar algunas horas semanales al estudio para poder vivir plenamente su fe y dar razón de ella a los demás. ¿Por qué no participar del Círculo Bíblico semanal que se ofrece en nuestra parroquia? ¿Y del Taller de Oración y Vida o del Taller bíblico financiero Compass la próxima vez que se ofrezcan en la parroquia? En cualquier caso, comienza estudiando por tu cuenta el Catecismo de la Iglesia Católica al menos dos horas semanales. Si tienes dudas, habla con un sacerdote.
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel
El domingo pasado se nos llamaba la atención recordándonos que es asunto de vida o muerte estar vigilantes ante la venida de Jesucristo. Hoy se nos indica en qué consiste la vigilancia –es una conversión– y se ofrece el criterio –los frutos– para saber si estamos vigilantes o no. Convertirse se entiende como un cambiar de mentalidad según el pensamiento griego y como un cambiar de ruta según el pensamiento del Antiguo Testamento. En cualquier caso se trata de ir acogiendo a Dios en nuestra vida, día a día, dejando que nos regale su forma de ver y entender las cosas, lo que tendrá como consecuencia que cambiemos nuestra forma de actuar. Ya no pensaremos, hablaremos y actuaremos como los que no conocen a Dios –o los que viven como si Dios no existiera– sino como los que viven «por Cristo, con Él y en Él». Estos son los frutos de conversión que Juan Bautista nos pide. ¿Has tomado ya la decisión de estar vigilante? ¿Has visto algún fruto?
Consejo de la semana: Haz el propósito de participar este Adviento en un retiro, aunque sea de medio día. Revisa hoy mismo las opciones, escoge el retiro y separa la fecha en tu calendario. No olvides prepararte con mucha oración y silencio, buscando escuchar lo que Dios quiere decirte.
Jesús nos ha dicho que nadie sabe cuándo regresará al final de los tiempos, sólo su Padre. También nos ha dicho que es absolutamente seguro que vendrá. La conclusión que se desprende de estos dos datos es que vivir despreocupadamente, entretenidos en mil cosas y sin dedicar tiempo de calidad cada día a cultivar nuestra comunión con Dios, es una necedad. Más aún, una tragedia. Jesucristo vendrá para llevar a plenitud su oferta de salvación, para regalarnos su vida divina –la vida eterna– en la comunión plena, irreversible y eterna de nuestro cuerpo y alma con la Santísima Trinidad. Para esto fuimos creados, para recibir y gozar de Dios como don. No prepararnos para recibirlo es señal de que no conocemos a Dios y por eso nos da lo mismo recibirlo o no. No aprovechar nuestra vida para aprender a recibir a Dios como don es ya rechazar ese don, ahora y en la eternidad. Por eso la Iglesia cada año en el Adviento nos invita a la vigilancia. Es una llamada de atención. Para que no perdamos la vida y la Vida.
Consejo de la semana: Prepara la corona de Adviento en tu casa para que sea el centro de la oración hogareña. En torno a ella reúne a tu familia para orar diariamente a la espera del Señor, para que se prepare a acoger las venidas cotidianas de Cristo a su vida.
En este último domingo del año litúrgico la Iglesia presenta a nuestra contemplación a Jesucristo, Rey del Universo. Y lo hace para asegurarse de que no nos equivocamos cuando pensamos en Jesús como Rey. Es común pensar que como es Dios, su reinado va a traernos prosperidad, va a eliminar los conflictos, el sufrimiento, los males, la enfermedad, etc. En una palabra: Cristo Rey va a salvarse a sí mismo y va a salvarnos a nosotros de todo lo que nos desagrada y nos hace sufrir: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lc 25,39). Pero el evangelio de hoy va precisamente en la línea opuesta, no porque Cristo no pueda vencer el sufrimiento y el mal, sino porque el camino que sigue para lograrlo es precisamente el de asumir en primera persona el sufrimiento y el mal para así quitarles su poder, demostrando que Dios-Amor es más fuerte. El Justo, el Inocente, con el poder de Dios se enfrenta al mal y sus consecuencias. Parece impotente y derrotado porque no usa su poder a la manera humana para vencerlos. Pero si contemplamos detenidamente la escena –así comienza el texto (aunque en la traducción que se lee en la Misa ha sido eliminado): “estaba el pueblo mirando” (Lc 23,35)– desde el punto de vista de Dios –que es el que importa– notamos que desde su impotencia y humillación vence radicalmente el poder del mal. Ahí está expresado su reinado sobre el mal, su conquista de todo lo que se opone a la felicidad plena y a la vida en comunión del hombre con Dios. Nada limita su poder contra el mal: ni las burlas, ni los retos, ni las blasfemias, ni los grandes pecados humildemente reconocidos del así llamado “buen ladrón”. El poder de Cristo Rey es universal y pleno, es el poder de Dios. Este poder está a nuestra disposición si lo acogemos.
Consejo de la semana: Reflexiona en tu oración esta semana: ¿Todavía crees en un Cristo que reina eliminando el mal y el sufrimiento al estilo humano en tu vida y tu entorno? Mira los distintos personajes del relato y revisa qué obstáculos le pones tu al poder y al amor de Cristo Rey, el que te puede salvar del mal y el sufrimiento. ¿Ya has aceptado en tu vida compartir la suerte del Crucificado-Resucitado para vencer en tu entorno (hogar, parroquia, trabajo, escuela, etc.) –a la manera divina, reinando con Cristo– el sufrimiento y el mal?
La curiosidad humana tiende a querer saber las fechas y detalles de los acontecimientos, sobre todo los relacionados a los grandes cataclismos y al fin del mundo. Este es el tema de las preguntas que le hacen hoy a Jesús ante su comentario sobre la destrucción del templo: ¿cuándo será destruido el majestuoso templo de Jerusalén, considerado la morada de Dios en medio de su pueblo y, en la mentalidad judía, su destrucción como uno de los signos del fin de los tiempos? Como a Jesús no le interesa satisfacer la curiosidad sino que estemos preparados, su respuesta no tiene que ver con fechas y horas, sino que va en la línea de dos grandes consejos, todo dicho con el lenguaje de la literatura apocalíptica: cataclismos, guerras, calamidades, desastres naturales, alteraciones cósmicas, persecuciones, etc. Primero: no nos dejemos confundir sobre la llegada del fin, porque vendrán falsos mesías haciéndose pasar por Jesús y avisando que está cerca el tiempo; pero esto no será el fin. Segundo: las persecuciones que se darán (incluso por parte de amigos y familiares, y que en muchos casos desembocarán en la muerte) no son para que perdamos la fe sino, al contrario, para que demos testimonio de ella con la certeza absoluta de contar siempre con la ayuda divina y no con nuestras fuerzas. En resumen, nos dice Jesús, “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (Lc 21,19). Dicha perseverancia es el resultado del cultivo de la semilla de la Palabra en el corazón. Y para esto es la “Lectio Divina” diaria.
Consejo de la semana: Reflexiona en tu oración esta semana: ¿todavía se siguen dando los falsos mesías que anuncian desastres y el fin del mundo? ¿Me he dejado confundir o, al menos, atemorizar por alguna de estas manifestaciones? ¿Hoy en día, se dan las señales que predijo Jesús: guerras en diversos lugares y entre naciones, terremotos, hambre, peste (epidemias), hambre, cosas espantosas, persecuciones a cristianos culminando muchas en la muerte incluso por parte de familiares, odio a los cristianos por el hecho de serlo? ¿Me atemorizo y pienso que está cerca el fin o me concentro en fortalecer y perseverar en mi fe? ¿Qué debo hacer?
Este y el próximo domingo nos fijaremos en temas relacionados al final de los tiempos. En el texto de hoy, la ridiculización que los saduceos intentan hacer de la vida en “los cielos nuevos y la tierra nueva” hace eco de lo que muchos piensan hoy día: que será lo mismo que esta vida, ya sin sufrimiento, pero en definitiva, lo mismo: matrimonio, trabajo, hijos, luchas. Se equivocan al trasponer a la otra vida temas como el matrimonio que, aún siendo en el tiempo presente vital para engendrar hijos para Dios y para educar para el amor, ya no tendrá sentido luego de la resurrección de los muertos. ¿Por qué? Porque la relación que habrá entre los seres humanos será basada sólo en la filiación divina plenamente vivida (verdaderos hermanos de Jesús e hijos del Padre); filiación que nos colmará plenamente haciéndonos participar de la comunión de vida con Dios sin necesidad de mediaciones ni relaciones de parentesco de sangre. Por otra parte, luego de la resurrección final no será necesario engendrar hijos porque la humanidad querida por Dios estará completa y porque los justos participarán de la eternidad de la vida divina: ya no habrá muerte. Por estas razones dice Jesús: “serán como ángeles”. Las promesas de Dios son infalibles y ciertas. Por eso decimos cada domingo en el Credo: “espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. Hoy podemos rezar esta frase entendiendo mejor lo que decimos.
Consejo de la semana: Estas verdades que hoy nos trae la liturgia no son sólo para la otra vida, como si esta no tuviera nada que ver con la resurrección y la inmortalidad. Al acercarse el fin del año litúrgico te invito a meditar cómo vives el discipulado (oración, confesión, comunión, liturgia, caridad, misericordia, fraternidad, relaciones familiares, responsabilidades laborales, justicia en tus relaciones personales y comerciales, etc.) No caigas en el error de pensar que lo de aquí es para ahora y que hay que hacer “lo que se puede” que en definitiva es “lo que se quiere”, y que no tiene nada que ver con la vida luego de la resurrección. Como vivamos la otra vida será consecuencia de cómo hayamos vivido esta.
Ya Jesús nos había dicho lo difícil que es para un rico –uno apegado a las riquezas y que ha puesto su confianza en ellas– entrar al Reino, es decir, aceptar el amor y la gratuidad en sus relaciones. El relato de hoy nos muestra que cuando hay apertura de parte del hombre, el evangelio tiene poder para llegar a convertir las estructuras corruptas del poder y la riqueza, de modo que no se sirvan de los demás –sobre todo de los pobres y marginados– sino que se pongan a su servicio. Es el caso de Zaqueo. Notamos que Zaqueo es un buscador: quiere ver y conocer a Jesús. A pesar de los abusos y fraudes que ha cometido como recaudador de impuestos se siente interpelado por Jesús que, según el relato, conoce de antemano el nombre –es decir, la persona– de Zaqueo. En la realidad de nuestro mundo en el que lamentablemente manda el dinero y la riqueza podemos llegar a pensar que las cosas no tienen solución, que los abusos, las injusticias y la corrupción en los centros de poder no hay quien los detenga. Pero Jesús –y tú y yo junto con Él– ha venido precisamente a buscar lo que estaba perdido, lo que vive de espaldas al Reino. La multitud de entonces, al igual que la de ahora, murmura pensando que lo de Zaqueo no tiene solución y que el gesto de Jesús lo que sirve es para apoyar su comportamiento inmoral. Pero Jesús es el Buen Pastor que ha venido a buscar lo que estaba perdido. Jesús y su evangelio transforman la codicia en un fuerte impulso de generosidad que restituye lo injustamente habido y comparte liberalmente lo que se posee. Basta con “bajar pronto” de donde se está y dejar que Jesús “se hospede en nuestra casa”.
Consejo de la semana: Te invito a profundizar esta semana en tu oración en el tema tan actual del evangelio de hoy. ¿Crees que las riquezas son la solución a los problemas de la sociedad o, por el contrario, son un problema en sí mismas? ¿En tu vida cotidiana, las riquezas y el dinero las manejas según los criterios del evangelio (generosidad, servicio) o según los del mundo (codicia, búsqueda de seguridad y poder, prestigio, placer)? ¿Tu aporte a la comunidad parroquial y a las causas caritativas en general, en qué lógica se sitúa, la del mundo o la del evangelio? ¿Haría falta dejar que Jesús “se hospede en tu casa” para cambiar tu relación con los bienes materiales?
El domingo pasado vimos la importancia de que nuestra oración sea perseverante. Hoy se nos explica por medio de una parábola las disposiciones con las que se debe orar si queremos ser escuchados; más aún, justificados por Dios. Puede sorprendernos –pues no es así como pensamos los hombres– que la eficacia de nuestra oración no dependa de nuestra bondad sino de la bondad de Dios. Esto quiere decir que todo es gracia, todo es don de Dios. También –y sobre todo– la salvación, la comunión de vida y amor con nuestro Creador. Cuando queremos justificarnos y presentar méritos propios, apoyándonos en ellos para que Dios nos salve, acabamos convertidos en cumplidores de normas que desprecian a los que no las cumplen o a los que no las cumplen tan perfectamente como nosotros. Nos distanciamos de los que no “cumplen”. Curiosamente, eso es lo que significa el nombre “fariseo”: separado. Es cierto que no da lo mismo tratar de seguir las enseñanzas de Jesús que no seguirlas, pero el peligro está en poner nuestra confianza en lo bien que las seguimos y tomar distancia de aquellos que a nuestro juicio no las siguen. Hoy Jesús nos enseña que la posición correcta debe ser aquella que hace siglos resumió San Ignacio de Loyola con su famosa frase: «Poner todos los medios como si todo dependiese de uno, pero confiando totalmente en Dios, porque todo depende de Él».
Consejo de la semana: Para profundizar en la enseñanza tan importante del evangelio de hoy te invito a reflexionar en tu oración personal esta semana: ¿Te comparas frecuentemente con los demás para poder justificar tu manera de obrar? ¿Te sientes superior y humillas –aunque sea interiormente– a los demás? El soberbio confía en sí mismo, por eso le cierra las puertas a la acción de Dios en su vida. El humilde confía en Dios, por eso asegura la salvación, puesto que Dios es bueno y quiere que todos se salven. ¿En quién confías tú?
Hoy Jesús nos enseña cómo debemos entender el misterio de un Dios que hace esperar a sus elegidos. El discípulo cultiva un balance entre pedir y agradecer a Dios. Pero el pedir no siempre es fácil porque muchas veces nos encontramos con el silencio y la demora de Dios para responder. Esto pone a prueba nuestra fe, pero no podemos caer en la tentación de abandonar la oración y la súplica. Al contrario, la perseverancia –“orar siempre sin desfallecer” (Lc 18,1)– nos alcanzará de Dios no sólo lo que pedimos, sino también aquello que no sabemos pedir pero nos conviene, y todo en el mejor momento. A diferencia del juez injusto, que “ni temía a Dios ni respetaba a los hombres” (18,2b), pero que se rinde ante la insistencia de la petición de la viuda indefensa, Dios, que es nuestro Padre bueno y nos da siempre lo mejor, “hará justicia a sus elegidos que están clamando a él día y noche” (Lc 18,7). ¿Cómo es nuestra fe en Dios –la tuya y la mía–? ¿Es tan viva que nos permite orar siempre sin desfallecer?
Consejo de la semana: Reflexiona en tu oración sobre tu familia, tu comunidad, la sociedad. ¿Puedes decir que hay fe sobre la tierra? ¿Habrá que evangelizar? ¿Qué te pediría Jesús?
El Evangelio no tiene tanto la intención de mostrar el poder de Jesús para realizar milagros, como de mostrarnos que es indispensable la gratitud a Dios para alcanzar la salvación. La gratitud es el motor que nos mueve a entregarnos a Dios y su voluntad. Esta verdad la confesamos en casi todos los prefacios de la Misa: «En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro». El pasaje de hoy conecta con el de la semana pasada, en el que Jesús le pedía a sus discípulos que para aumentar su fe fueran generosos en el servicio a Dios y a los demás sin buscar compensaciones. Si el obrar de Dios para con nosotros es pura gracia, si todo es don de Dios, entonces no podemos exigir derechos. La única actitud que cabe frente a la gratuidad divina es nuestra gratitud. En el relato, de los diez leprosos curados, sólo uno, el extranjero samaritano, mostró su gratitud. Sólo él llegó a comprender que lo que hizo Jesús fue una manifestación del amor de Dios por él. Los otros nueve pensaron que lo merecían, pues nunca regresaron a agradecer. Sólo el samaritano alcanzó la salvación porque su gratitud le llevó a entregarse generosamente con toda su vida a Dios; esto es lo que significa el gesto de postrarse ante Jesús. ¿Te consideras una persona agradecida? ¿Cómo le muestras tu agradecimiento a Dios?
Consejo de la semana: Te invito a comenzar cada día dando gracias a Dios en tu oración por algunos de los dones –de tantos– que te ha dado. Cultiva así un corazón agradecido para con Dios y agradecido para con los hermanos por medio de los cuales Dios te bendice con sus dones. Si estás realmente agradecido te será fácil cumplir la voluntad de Dios con todo lo que te ha dado, con todo lo que eres, puedes y tienes.
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