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Queridos hermanos y hermanas:
En la transfiguración Jesús nos deja experimentar junto a Pedro, Santiago y Juan algo de la vida que disfruta con su Padre. El evangelista echa mano al lenguaje simbólico bien conocido por los judíos para expresar la realidad divina, increada, literalmente fuera de este mundo. Por eso habla de la nube luminosa (la presencia de Dios Espíritu Santo) que los cubrió, del resplandor de los vestidos que se vuelven blancos como la luz (que representa la vida divina), de la voz que habla desde la nube (la voz del Padre) y del espanto que sobrecoge a los discípulos (ya que reconocen estar en la presencia de Dios). Cristo vive esta vida divina no sólo durante los instantes que se trasfigura, sino siempre, aunque los sentidos humanos no lo puedan captar. Lo mismo sucede con Jesús Eucaristía: los sentidos no captan la vida divina que encierra, pero está ahí. Y se nos regala como don, no como premio por ser buenos. El respeto y la reverencia por Dios –presente en todos los sacramentos y de modo sustancial en la Eucaristía– no puede estar condicionada a una manifestación extraordinaria.
Consejo de la semana: Agradece al Señor haber recibido su perdón sacramental en la Reconciliación; agradece los medios y dones sobrenaturales (Bautismo, Eucaristía, el Espíritu Santo, las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, etc.). Piensa cómo aprovechas estos dones en tu vida. ¿Estará Dios contento de habértelos regalado por la manera en que los acoges, aprovechas y compartes?
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel
Al ver a Jesús actuar en el Evangelio de hoy nos damos cuenta de que para Él su Padre Dios era el valor supremo. Ninguna posesión, ninguna necesidad vital como el hambre, ningún poder o reconocimiento por grande que fuera, nada ni nadie –ni satanás con su astucia– podía llevarlo a poner a Dios y su voluntad en un segundo plano. O lo que es lo mismo, a ponerse Él o a poner cualquier otra cosa primero. Conocía muy bien a su Padre y sabía que era mal negocio cambiar la comunión con Dios por cualquier otra cosa. Sabía que ir contra la voluntad de Dios significaba no sólo perder a Dios sino también aquello que se le ofrecía a cambio. Y que, por el contrario, entregarlo todo con tal de mantenerse en la voluntad de su Padre no sólo le permitía el gozo infinito de la comunión con el Padre, sino que le daba como don del Padre todo aquello a lo que renunciaba. Es necesario aprender bien esta lección.
Consejo de la semana: Asume en tu vida la centralidad de la Palabra de Dios acogida y meditada. Revisa tu oración y asegura que separas al menos media hora cada día para meditar la Palabra. Comienza hoy mismo y, aunque falles alguna vez, esfuérzate en continuar sacando la media hora diaria de oración a solas con Dios.
La palabra griega que se traduce por “servir” en el texto de hoy es “douleô” que significa estar sometido a un dueño. Lo que Jesús nos está diciendo es que no podemos pertenecerle a dos dueños a la misma vez. Aquello que constituye nuestra riqueza, de lo que hacemos nuestra seguridad, se convierte en nuestro dueño: requiere de nosotros que lo defendamos y nos pongamos a su servicio para proteger esa riqueza/seguridad. Si somos pobres en el espíritu, Dios es nuestra riqueza (por tanto, nuestro Dueño y Señor). Él es la única riqueza/seguridad que no requiere que le sirvamos sino que se pone a nuestro servicio para buscar nuestro bien. Si tenemos otra u otras riquezas ellas se convierten en nuestro dueño: “nos poseen” obligándonos a ponernos a su servicio para no perderlas. ¿Qué poseo y qué me posee?
Consejo de la semana: Lee el Catecismo de la Iglesia Católica los números 150 al 165 sobre la fe. Reflexiona sobre cómo agradeces el don de la fe y cómo lo compartes con otros. Recuerda que el don que no se comparte se pierde mientras que el que se comparte se multiplica. Escucha la voz de Dios, confíale tu vida y sigue su ejemplo compartiendo lo que te ha dado generosamente. Se feliz sabiéndote amado y bendecido por Él en la confianza que todo es para tu bien.
En el Evangelio de hoy queda claro que lo fundamental es ser “hijos en el Hijo”, es decir, que el amor cristiano no es más que la manera de ser del Padre Dios reflejado en sus hijos, así como nos lo reveló en su Hijo Jesús. “Sean hijos de vuestro Padre del cielo… Sean perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo” (Mt 5,45.48). Esta “filiación” y esta “perfección” se deja conocer en la manera como el discípulo que vive los valores del Reino enfrenta la violencia. La enseñanza completa la de la semana pasada, presentando ahora situaciones que no dependen del discípulo. Primero, ante las agresiones y ofensas, la justicia no se logra con la venganza sino con la paradójica victoria del derrotado: “No opongáis resistencia al malvado” (5,39a). Segundo, ante los enemigos lo que hay que hacer no es odiarlos sino rogar por ellos y hacerles el bien: “amar al enemigo” (Mt 5,44a). ¿Hasta qué punto me he dejado transformar en hijo de Dios para vivir según las Bienaventuranzas?
Consejo de la semana: Revisa el uso de tu tiempo, don de Dios. Mira la proporción que dedicas a tus cosas y gustos y la proporción que empleas como lo haría Cristo: sirviendo a los demás. Pide ayuda al Señor para hacer ajustes. Identifica modos de servir a los que están a tu alrededor, sobre todo a los pobres que no pueden compensarte lo que hagas por ellos. Así tu paga te la dará Dios y será muy superior.
Con nuestro testimonio de vida que anuncia los valores del Evangelio «somos en muchas ocasiones el único Evangelio que los hombres de hoy todavía leen» dijo el Papa Emérito Benedicto XVI en su homilía el Miércoles de Ceniza de 2011. Hoy Jesús inicia una profundización de los valores que mueven al discípulo que vive las Bienaventuranzas, mostrando cómo actúa en tres situaciones de conflicto cuya solución depende de él. Primero, la reconciliación pronta y prioritaria con el que tiene quejas contra él o le debe algo. Segundo, cuando por fidelidad a la persona que ama, todo lo demás pasa a un segundo plano. Tercero, porque siempre dice la verdad el discípulo no tiene necesidad de jurar para acreditar su veracidad. Por el contrario, el mundo nos dice que debemos defender primero nuestro interés y que, para ello, si es necesario cometer una injusticia, ser infiel o mentir, se justifica hacerlo. Se nos quiere hacer creer que la verdad es relativa, que hay circunstancias en las que podemos saltarnos los derechos de los demás. En definitiva, que para salir adelante en la vida es necesaria una cuota de mal en nuestro proceder. Sin embargo, por experiencia sabemos que lo que Jesús nos dice es la pura verdad: cuando falta la reconciliación, la fidelidad y la credibilidad la convivencia fraterna se viene al piso. ¿Cómo están estos valores presentes en mi vida de seguimiento de Jesús?
Consejo de la semana: Los alimentos que ingieres son un maravilloso don de Dios. Cultiva tu reconocimiento de que provienen de Él dando gracias a Dios por ellos antes de cada comida del día, tanto en público como en privado, sólo o acompañado. Anima a otros a hacer lo mismo. La sociedad de consumo alienta a derrochar en caprichos los bienes que Dios nos regala. Como discípulo agradecido te invito a que hagas lo contrario, aplicando la ley del amor y de la justicia, compartiendo de lo que tienes con los necesitados. No te conformes con dar de lo que te sobra.
El domingo pasado Jesús anunciaba las Bienaventuranzas que, a diferencia de los Diez Mandamientos en el Antiguo Testamento, no son preceptos (haz esto y no hagas aquello) sino que describen cómo son los discípulos que se dejan introducir por Dios en su Reino, es decir, retratan la paradoja que se da cuando el discípulo que sufre, llora, es perseguido, tiene a Dios como única riqueza (es “pobre en el espíritu”) y busca su voluntad (“la justicia”) resulta ser feliz aquí y ahora porque comienza a vivir en Dios (“en el Cielo”) y Dios en él. Esto acontece no por el esfuerzo ni el cumplimiento de preceptos, sino porque el discípulo con su obrar entabla una relación personal con el Padre por medio de Jesucristo, lo que le permite a Dios transformarlo según Él es. La consecuencia lógica de esta transformación es que el discípulo se convierte en una persona “diferente”, que ya no es como los demás, sino que tiene la visión, criterio, estilo, preferencias y reacciones de Dios. Resulta, por tanto, ser «luz del mundo», que muestra cómo vive el ser humano –con valores opuestos a los del mundo y feliz– según el plan establecido por Dios antes de la creación y encarnado en su Hijo Jesucristo. Una luz no se enciende para ocultarla sino para que ilumine. Con encenderla ya ilumina, no hay que darle promoción. Cuando es una luz grande, como la que emite una ciudad en lo alto de un monte, simplemente no se puede ocultar. ¿Ilumina nuestra vida? ¿Ilumina nuestra comunidad parroquial?
Consejo de la semana: Reflexiona con qué frecuencia participas en la Eucaristía dominical. ¿Qué buscas cuando participas? ¿Deseas que llegue cada semana el momento de celebrar la Eucaristía en tu comunidad parroquial? Pide al Señor que puedas celebrar activamente cada fin de semana la Eucaristía dominical. Haz el propósito también de acudir a la Santa Misa al menos otro día en la semana.
Bienaventuranza es ese estado de plenitud interior que llamamos felicidad. Al iniciar el Sermón de la montaña Jesús expresa ocho criterios –situaciones o actitudes– para identificar a Dios obrando en una persona, lo que hace a esta persona feliz, bienaventurada. Notemos que la felicidad no proviene de la situación o actitud sino de lo que Dios hace por la persona que está en esa situación o por la persona para permitirle exhibir esa actitud. El seguimiento de Cristo nos va introduciendo en el Reino de Dios, nos lleva a vivir según el perfil que retratan las bienaventuranzas y, como consecuencia, a ser felices. Podemos mirarnos en ellas como en un espejo y ver hasta qué punto hemos colaborado con Dios para permitirle introducirnos en su Reino. La conclusión debe ser un renovado compromiso de colaboración con Dios para que venga más plenamente a nosotros su Reino y como consecuencia seamos muy felices.
Consejo de la semana: Haz el propósito de dedicar una hora semanal a visitar a un enfermo o envejeciente de tu comunidad que sabes que está solo (o pobremente acompañado). Si necesitas ayuda para identificar uno, acude a tu Cáritas parroquial, a un Ministro Extraordinario de la Comunión o a otro grupo parroquial que los visite regularmente.
“Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos” anuncia Jesús en su predicación. El Reino de los cielos es el Reino de Dios. Y Dios reina donde se cumple su voluntad, lo que hace posible que Él se manifieste como Amor. Esto es ya una realidad en Jesús, quien no sólo anuncia sino que también encarna el Reino de Dios en su persona. Al igual que pasó por Galilea, por la vida cotidiana de los primeros discípulos –Pedro y Andrés; Santiago y Juan– y personalmente los invitó a seguirle, es decir, a anunciar y encarnar también ellos en sus personas el Reino, así también pasa junto a nosotros, en lo que estamos haciendo cada día –vida familiar, relaciones, ocupaciones, opciones, vida parroquial, alegrías, sufrimientos– invitándonos a convertirnos para dejar que el Reino llegue a nosotros. ¿Cómo pasa Jesús por tu vida? ¿En quienes? ¿En qué situaciones? ¿Con qué exigencias?
Consejo de la semana: Revisa el uso de tu dinero y bienes materiales, que son don de Dios. Mira la proporción que dedicas a tus cosas y gustos y la proporción que empleas como lo haría Cristo: sirviendo a los demás. Pide ayuda al Señor para hacer ajustes. Revisa la aportación económica a tu parroquia para que sea a menos el valor de una hora de trabajo a la semana (es decir, tu salario semanal dividido entre las horas que trabajas a la semana; si estás retirado divide tu pensión mensual entre 160).
El verbo “ver” que aparece tres veces en el corto evangelio de hoy no se refiere sólo a la vista física sino a algo más profundo: un mirar a Jesús que conduce a la fe, a fiarse de Él para llegarlo a “conocer”; no en el sentido de saber quien es, sino de tener una experiencia de comunión de vida con Él. Es esta experiencia la que nos permitirá constatar que es verdad lo que dice Juan Bautista de Jesús: es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Esta frase se repite en cada Misa, justo antes de la Comunión, cuando el sacerdote muestra a Jesús Eucaristía. Nuestra experiencia de vida en comunión con Jesús es la que le permite quitar el pecado del mundo, comenzando por el pecado que hay en cada uno de nosotros. No sólo perdonar nuestros pecados, sino también transformarnos para que el pecado vaya desapareciendo de nuestras vidas, de nuestros pensamientos, palabras, obras y omisiones, como decimos en el Acto Penitencial al inicio de cada Misa. La práctica religiosa no es un fin en sí mismo. Lo que busca es abrir cauces para que “viendo” podamos “conocer” de primera mano al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¿Es así como vives la Misa, la Confesión, la oración, la adoración?
Consejo de la semana: Identifica los dones por los que estás más agradecido a Dios. Revisa cuan apegado estás a ellos. Un modo de hacerlo es meditando sobre cómo te sentirías o reaccionarías si Dios retirara ese don o esos dones. Pide al Señor que te ayude.
Jesús, al recibir el bautismo, expresa su plena solidaridad con la humanidad: es «verdadero hombre». Dios Padre proclamando a Jesús como su «Hijo amado» y el Espíritu Santo posándose sobre Él manifiestan la otra dimensión de su identidad: es a la vez «verdadero Dios». La presencia de Jesús, el Fuerte, y el don del Espíritu Santo en el bautismo constituyen dos preciosas condiciones para que también nuestra vida pueda convertirse en una respuesta cada vez más fiel a las expectativas del Padre de modo que pueda decir con toda propiedad también de cada uno de nosotros: «es mi hijo amado». Nos debemos preguntar, pues: ¿qué significa para mí estar bautizado?, ¿percibo en mi vida el vínculo con Dios y con la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que se estableció en mi bautismo?, ¿lo perciben los demás?
Consejo de la semana: Hoy concluye el breve tiempo litúrgico de la Navidad y, a la vez, nos encontramos iniciando un nuevo año. Te invito a tomar, de las cosas que has visto en tu oración personal que Dios te pide, una o dos, y poner manos a la obra sin dejar pasar un día más. Si no has visto nada claro, te sugiero: (a) adoptar la costumbre de confesarte mensualmente, (b) adoptar la práctica de dedicar al menos quince minutos semanales a la adoración eucarística, (c) adoptar la práctica de orar diariamente media hora tomando como apoyo las lecturas de la Misa de cada día.
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