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Queridos hermanos y hermanas:
La semana pasada Jesús se despedía de los discípulos para regresar al Padre donde vive y quiere que vivamos también nosotros. Ya nos explicó que Él es el camino a seguir, camino que se recorre fiándonos de Él y obedeciéndole (guardando sus mandamientos; Jn 14,15). Pero como en el mundo hay muchos peligros en el camino del “amar como Cristo” y podemos salirnos de ruta, hoy nos asegura que enviará de junto al Padre al Espíritu Santo para que sea nuestro guía y defensor. Es lo que celebraremos próximamente en la fiesta litúrgica de Pentecostés. El Espíritu hace presente al Padre y al Hijo en los discípulos de todos los tiempos, porque es el Amor entre ellos: «Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros» (Jn 14,20). Es Él quien nos permite recorrer el camino que es Cristo y morar cada vez más plenamente en la casa del Padre. ¿Conozco al Espíritu? “Conocer” no significa saber quién es sino conocer por experiencia vital al Espíritu. ¿Qué se opone en mí a un “conocimiento” más pleno?
Consejo de la semana: Lee en el Catecismo de la Iglesia Católica los números 1830 al 1832 donde se habla de los dones y los frutos del Espíritu Santo. Como preparación a Pentecostés, revisa cada uno de ellos y mira a ver si puedes reconocerlo en tu vida.
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel
En el pasaje de hoy, tomado de la Última Cena, Jesús se despide de sus discípulos dejándoles saber que regresa a su Padre. Lógicamente, ellos se preocupan y entristecen. Jesús les aclara que no es el final de su relación sino que, luego de su Pascua, la misma va a transformarse quedando fundamentada –para ellos y para nosotros– solo en la fe. A todos nos espera en la casa de su Padre –en el cielo– y el camino para llegar allá es el mismo Cristo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí» (Jn 14,6). Que Él es el camino significa que para llegar a la comunión con el Padre en la Trinidad es necesario vivir como Jesús vivió, amando y sirviendo como Él, amándonos unos a otros como Él nos amó (Jn 13,34). Como el Padre obra en Cristo, así Cristo obrará en el discípulo que se fía de Él y le obedece. ¿Podrán los demás verme como el enviado de Jesús viendo las obras que Él hace por medio de mi?
Consejo de la semana: Lee en el Catecismo de la Iglesia Católica los números 1691 al 1698 donde se explica lo que significa la vida en Cristo, es decir, el seguimiento de Cristo recorriendo el camino que es Él.
Dice Jesús: «os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas» (Jn 10,1-2). Y más adelante aclara dos veces «Yo soy la puerta» (Jn 10,7.9). Entrar por la puerta que es Jesús significa amar como Jesús ama, un amor que se pone al servicio de los demás para buscar su bien. El que no hace esto es porque tiene su propia agenda y está buscando algo que no es el bien de las ovejas. Por eso Jesús lo llama “ladrón y bandido”. En una verdadera comunidad católica todos tenemos que entrar por la puerta. Resistirnos a hacerlo nos delata: no nos interesa amar al prójimo; es otra cosa lo que estamos buscando. Y el resultado es que –aún con buenas intenciones– hacemos estrago en la comunidad: somos portadores de muerte. Sólo amando con Cristo le permitimos darnos vida y dar vida a los demás por medio de nosotros.
Consejo de la semana: En este domingo la Iglesia Católica recuerda a los llamados al sacerdocio ministerial para configurarse más plenamente con Cristo Buen Pastor. Es día para orar por los sacerdote, obispos, por el Santo Padre, y por los llamados al sacerdocio, especialmente los que ya son seminaristas. ¿Qué tal si de hoy en adelante incluyes esta intención en tu encuentro diario de oración con Dios?
Ante situaciones y acontecimientos que nos defraudan, nos frustran o nos hacen sufrir porque no son como nos parece que deben ser, Jesús –como hizo con los discípulos de Emaús– nos invita a no darle más vueltas con lógicas y argumentos humanos –a no perder el tiempo en conversaciones y discusiones estériles–, sino a dejar que la Sagrada Escritura nos abra los ojos para ver las cosas según la lógica salvífica de Dios. Si no entramos en esta pedagogía divina, no seremos capaces de reconocer a Jesús en la fracción del pan –en la Eucaristía– ni seremos capaces de dar testimonio a nuestros hermanos anunciando su presencia en medio nuestro. ¿Dejo que Jesús me explique las Escrituras diariamente mediante la Lectio divina? ¿Es cada vez más la Misa una experiencia de encuentro personal con Jesús vivo? ¿En qué punto del camino espiritual de los discípulos de Emaús me encuentro?
Consejo de la semana: Haz el propósito de dejar que la voluntad de Dios se cumpla en tu vida sin reservas ni condiciones, en lo grande y lo pequeño. Pídele ayuda cada día para que no deje que hagas nada que sabes que es contrario a Su voluntad y para que hagas todo lo bueno que Dios te deja ver que quiere de ti.
En las apariciones del Resucitado a sus discípulos que nos narra el Evangelio hoy, Jesús les comunica muchos dones: (a) su paz –sólo en Él hay paz; en el mundo siempre encontraremos tribulación (ver Jn 16,33)–, (b) la visión de sus llagas que son signo de su amor, un amor que ha vencido a la muerte, (c) la visión de su costado abierto que es signo de la vida divina simbolizada en la sangre y el agua que de él brotaron, (d) el envío a continuar la misión que el Padre le encomendó, (e) el Espíritu Santo que hace posible la misión, (f) la autoridad de Jesús para perdonar pecados. El domingo es nuestro día del encuentro con el Resucitado en la liturgia. ¿Acoges, vives y comunicas los dones que el Resucitado te da?
Consejo de la semana: Hoy, Domingo de la Divina Misericordia te invito a rezar la Coronilla de la Misericordia y a hacer de ello una práctica de oración diaria. Repite la jaculatoria “Jesús, en Ti confío” con frecuencia, recurriendo a ella en los momentos de pruebas y dificultades.
«Vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura» (Juan 20, 8-9). La Escritura acogida y meditada nos permite –como al discípulo amado– ver y creer; permite que lo que vemos nos lleve, no a la incredulidad, sino a la fe. En nuestra vida tiene que darse esa interacción entre Palabra acogida y Palabra vivida, entre voluntad de Dios asumida en la oración y vivida en la práctica. Cuando falta o está débil una de las dos se nos dificulta e incluso imposibilita la fe. Lo que sucede en nosotros y nuestro entorno resulta incomprensible cuando falta la clave de interpretación: la Palabra de Dios acogida en el corazón. San Juan Pablo II nos dice en su Carta al comienzo del nuevo milenio que «es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la Lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia» (no. 39). Ojalá que este recorrido realizado en la Cuaresma nos deje esa práctica como fruto permanente.
Consejo de la semana: Hoy es día para hacer examen y repasar qué has logrado a lo largo de estos días de esfuerzo, de oración y sacrificio, de silencio y servicio. Primero, ¿en qué puntos ves una mejoría? Segundo, ¿en qué puntos habría que continuar trabajando de ahora en adelante? ¿Qué participación más plena en la Pascua de Cristo hay que agradecer y celebrar hoy y durante el tiempo pascual?
«¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?» (Mateo 26, 15). Palabras tremendas de Judas Iscariote que está buscando un precio conveniente a cambio de su Maestro, de Jesús, que le llamó personalmente y le invitó a vivir la comunión con Él en el grupo de los Doce. Pero Judas no se ha fiado de Jesús sino de sus ideas, de sus posibilidades. No ha vivido la comunión que se le ofrecía sino los planes que por su cuenta había tramado. La misma pregunta nos la hace el mundo a cada uno constantemente: ¿qué quieres que te dé para que lo entregues, para que te deshagas de Él? Cristo sigue resultando incómodo a los planes de poder –bien o mal intencionados– de los hombres. Y por eso se busca saber a qué precio lo podemos sacar del medio, comprando a los que dicen creer en Él: tú y yo, que hemos sido llamados personalmente por el Maestro, quien nos ha invitado a vivir la comunión con Él en la Iglesia Católica. ¿Por qué precio estamos dispuestos a poner a Dios y su voluntad en un segundo lugar?
Consejo de la semana: Analiza cómo es tu pertenencia a la parroquia. ¿Actúas como en tu propio hogar cuando hace falta algo, asumiendo las necesidades de la parroquia y sus miembros como propias, o te comportas como un extraño o un visitante? ¿Por qué? ¿Te sientes bien así? Si crecieras en identificación con tu parroquia, ¿podrías dejarte servir mejor por Cristo?
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre» (Juan 11, 25-26). La fe en Dios es fiarse de Él y obedecerle. La fe en Dios nos da acceso a participar de su vida divina, la vida eterna: sólo Él es la Vida. Para fortalecer nuestra fe y la de sus discípulos (ver Juan 11, 15) Jesús realiza el signo de resucitar por el poder de su Palabra a Lázaro que llevaba cuatro días muerto.
Todo ser humano busca vivir; es algo innato. Pero esta vida temporal, por más que la alarguemos, no es la vida eterna. Podemos caer en el error de vivir aferrados a los dones de Dios buscando de ellos la seguridad e inmortalidad que sólo la comunión de vida con Dios puede ofrecer. La muerte es inevitable y marcará el fin de una etapa, don de Dios para cada uno de nosotros, que se nos regala para que por la fe, libremente acogida también como don de Dios, podamos recibir el don de la vida divina y así no tengamos que «morir para siempre» (Juan 11, 26).
Consejo de la semana: Te propongo hoy domingo que de ahora en adelante, como muestra de tu agradecimiento a Dios –porque todo lo que eres, posees y vives es un don de su infinito amor por ti– lo último que hagas antes de irte a dormir cada día sea acudir a Él dedicándole uno o dos minutos para repasar lo que sucedió ese día, dándole gracias por sus regalos, pidiéndole perdón por lo que no fue según Su voluntad y pidiendo que el próximo día sea mejor en su seguimiento.
La evidencia de lo que Dios ha hecho en nuestra vida y nuestro entorno es innegable. La cantidad de dones con que nos ha enriquecido es inmensa. Pero, como dice el refrán, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Es lo que le dice Jesús a los judíos. Es lo que pasa cuando nos negamos a aceptar que todo lo que somos y tenemos proviene de Dios y lo atribuimos a otras causas sin que Dios tenga nada que ver en ello. Pero puede ocurrir también que no veamos la acción de Dios ni sus dones, no por obstinación sino por indiferencia. Tantas cosas nos ocupan y preocupan que no nos queda tiempo para la oración y contemplación. El ritmo de vida tan acelerado, el tiempo que dedicamos a cosas quizás buenas en sí pero inútiles para alcanzarnos la paz y la felicidad, los esfuerzos excesivos dedicados a trabajos y proyectos con los que pensamos alcanzar seguridad y felicidad son, entre otras razones, las falsas ilusiones y seguridades engañosas que nos llevan a vivir una vida sin sentido ni dirección, sin otra meta que la del placer o logro inmediato; son las que nos impiden ver a Dios actuando en nuestra vida y nuestro entorno. Hoy Jesús, «Luz del mundo» (Juan 9, 5) te invita a dejarte iluminar por Él, sólo por Él.
Consejo de la semana: Te propongo que de ahora en adelante, como muestra de tu agradecimiento a Dios –porque todo lo que eres, posees y vives es un don de su infinito amor por ti– lo primero que hagas tan pronto despiertas cada día sea acudir a Él para darle gracias y luego dediques unos tres minutos para recogerte en su presencia antes de comenzar tu día y consagrarte a Él.
«Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva» (Juan 4, 10). En el Evangelio de Juan conocer es saber por experiencia, no sólo intelectualmente. El don de Dios es Dios mismo, el Padre, que se comunica por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. El que le pide de beber a la samaritana es precisamente Aquél por medio de quien se comunica a la humanidad la vida divina, llamada por Jesús “agua viva”. Por eso quien la bebe quiere más y ya no tiene sed de ningún tipo: con Dios se nos da todo; sólo Dios basta. Pero para recibir como don a Dios y su vida divina es necesario vivir en su voluntad o, como dice Jesús, «permanecer en su Palabra» (Juan 8, 31). Esa Palabra se ha hecho hombre en Jesucristo, quien es la «Verdad» (Juan 14, 6). De ese modo los adoradores que desea el Padre pueden adorarlo «en Espíritu y Verdad» (Juan 4, 24), en la comunión de vida con Él y su Hijo en el Espíritu Santo. Reflexiona sobre tu vida y mira si estás dejando que Jesús te de el agua viva que te permite adorar al Padre como Él desea. ¿Te pareces a Jesús en su trato con la samaritana, con las almas y contigo? Él acoge incondicionalmente. Está consciente de su identidad y misión. Busca al otro gratuitamente sin interés. Pide pero da más. Es paciente y comprensivo.
Consejo de la semana: Reconoce y agradece como don de Dios a tu familia (esposo, esposa, hijos, padres, nietos, etc.). Dedica hoy tiempo de calidad a estar con ellos y déjales saber que son un don para ti. Piensa también si tú te comportas como un don de Dios para ellos. ¿En qué se puede mejorar? Quizás ellos te pueden sugerir. Pregúntales. Atrévete.
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