Cree su cuenta para poder comentar las entradas. Además tendrá acceso a secciones exclusivas y quedará suscrito a nuestros envíos por correo electrónico.
Queridos hermanos y hermanas:
La noticia de la partida de Jesús de junto a sus discípulos provoca en ellos una gran tristeza. Pero Jesús les explica por qué en lugar de estar tristes deberían alegrarse de que se vaya al Padre. Se trata del modo en que Jesús seguirá conduciendo el seguimiento en el tiempo pascual, cuando no esté ya físicamente entre ellos. Él explica que la base de este seguimiento será el amor a Él y la obediencia a su Palabra: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Jn 14,15) y “Si alguno me ama guardará mis palabras” (Jn 14,23). Mediante la escucha y asimilación del Evangelio en su vida el discípulo sigue a Jesús a lo largo de su vida en cualquier tiempo y lugar. Pero esta manifestación de amor a Jesús de parte del discípulo no sólo le pone en comunión con Jesús, sino que hace que el discípulo experimente también el amor del Padre y la comunión con Él. “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). Además, el Padre y el Hijo nos envían al Espíritu, verdadero Maestro del Evangelio, para que nos guíe interiormente hasta la comunión plena con la Trinidad. El resultado será que el discípulo experimentará la paz y la alegría que provienen de Dios.
Consejo de la semana: Examina tu vida para ver hasta que punto te interesa recibir el don del Espíritu Santo, cuya solemnidad celebraremos en dos semanas el Domingo de Pentecostés. ¿Estás más interesado en lo material que en lo espiritual? ¿Dedicas más tiempo y esfuerzo en tu vida a lo material (tener, aparentar, disfrutar, distraerte, descansar, trabajar) o a lo espiritual (estar con Dios en la oración, escucharle y dejarte guiar en tus vida por Él)? En los últimos años o meses, ¿ha aumentado el tiempo y esfuerzo que dedicas a lo material o el que dedicas a lo espiritual?
Gracias por ser parte de nuestra familia de fe. Dios te bendiga abundantemente.
P. Ángel
En el Evangelio Cristo habla de que Él glorifica al Padre y de que el Padre lo glorifica a Él. En lenguaje bíblico, glorificar significa mostrar, revelar, hacer visible lo más profundo del otro, su manera de ser. Durante toda su vida pero especialmente en la Cruz, Jesús glorifica (revela) al Padre –Dios es Amor– y el Padre revela (glorifica a) Jesús –Él es en verdad el Hijo de Dios–. Al acercarse el fin de su convivencia terrena con los discípulos, Jesús les indica su tarea más importante: cómo deben vivir para dar gloria a Dios, para revelar y mostrar a todos quienes son el Padre y el Hijo, y para que Dios se glorifique, es decir, se revele como amor en medio de la comunidad, quedando claro que ellos son sus discípulos. Esta tarea es el mandamiento nuevo del amor: “que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34). ¿Según persevero en mi práctica religiosa noto que con el tiempo vivo más plenamente el mandamiento nuevo? ¿Puedo decir que mi vida cada vez da más gloria (revela mejor) a Dios?
Consejo de la semana: Te invito a examinar tus prioridades, que te dejarán saber con más objetividad cómo andas en la vivencia del mandamiento del amor. ¿Es el amar, el servir –como Cristo, que no vino a ser servido sino a servir– tu prioridad? Cuando actúas, ¿piensas primero en el bien que puedes hacer al hermano o en tu bien, en lo que puedes sacar para ti; en lo que te conviene más a ti o en lo que le conviene más al hermano? ¿Qué debes pedirle a Jesús? ¿Qué debes cambiar en tu práctica religiosa, en tu uso del tiempo, de los bienes materiales?
Celebramos hoy el domingo del Buen Pastor. Cada año, en el cuarto domingo de Pascua, leemos una parte del capítulo 10 de Juan, cuyo tema es: “Jesús, Buen Pastor”. El pasaje propio de este año (Juan 10,27-30), se centra en la responsabilidad del Pastor. El Buen Pastor le da la vida del Padre (con quien es un solo Dios) a todos los que escuchan su voz, a los que acogen su Palabra y creen en Él, a los que se fían de Él y le obedecen porque se reconocen como don del Padre a Jesús. Así es como los discípulos (“ovejas”) entramos en comunión con Dios, de quien proviene la vida. El Buen Pastor se hace responsable de que nada ni nadie pueda separar sus ovejas del Padre, quitándoles esta vida, ni siquiera la muerte: “nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre” (Jn 10,29). Las ovejas de Jesús, pues, son aquellas que se dejan dar la vida divina mediante la escucha y obediencia a la Palabra, porque creen en (se fían de) el Buen Pastor. ¿Somos tu y yo de las ovejas del Buen Pastor? ¿En qué lo sabemos?
Consejo de la semana: Hoy la Iglesia nos invita a pedir y agradecer a Dios las vocaciones, especialmente al ministerio sacerdotal, llamado a hacer presente en el mundo y la Iglesia la responsabilidad y el amor de Jesús Buen Pastor. Si no lo haces ya, asegúrate que cada día entre tus intenciones esté el pedir por el aumento, perseverancia y santidad de los llamados. Te exhorto además a asumir como responsabilidad personal el pedir diariamente por los sacerdotes y las vocaciones al sacerdocio que han servido o servirán a nuestra comunidad de Cristo Redentor.
El Evangelio según Juan que nos presenta hoy la liturgia narra “la tercera vez que Jesús se manifestó a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos” (20,14). Esta manifestación no consiste sólo en la revelación de la verdad de la resurrección (no es sólo saberlo en nuestra mente), sino en hacer la experiencia del hecho. Vemos cómo los discípulos aprenden a vivir pascualmente, es decir, a actuar guiados por la Palabra de Jesús entrando así en una relación vivificante con el Señor Resucitado. Descubren además, que vivir en comunidad no es sólo encontrarse, estar juntos, hacer cosas juntos, sino llegar a ser comunidad de amor como resultado de vivir la comunión con el Resucitado, quien ejerce su señorío en la Palabra y la nutrición eucarística, evocada por la invitación de Jesús a comer y la frase “Toma el pan y se lo da” (21,13b). ¿Tengo el valor de reconocerme necesitado de Él, de su presencia, de experimentar la comunión con Él? ¿Me dejo guiar por su Palabra? ¿Me dejo nutrir de la Eucaristía, o sólo comulgo?
Consejo de la semana: ¿Ya cultivas por media hora diaria la escucha y acogida de la Palabra en el silencio del corazón? ¿Que tal si decides separar ya, comenzando hoy mismo, esa media hora en el mejor momento de tu día, a solas, en silencio con Dios? No olvides que para que esto se de es necesario disciplinarse en cuanto al uso del tiempo. ¿Qué ajustes necesitas hacer?
El apóstol Tomás no acepta el testimonio de los otros discípulos sobre el Resucitado. Él pone sus condiciones para aceptar el hecho: pide verlo y tocarlo. Pero Jesús no quiere que nadie quede excluido del gozo pascual, de participar en su victoria sobre el pecado y la muerte. Por eso trata a Tomás con misericordia –buscando su bien y su felicidad por encima de todo– y le concede lo que pide. Sin embargo, nos deja claro a los discípulos de todos los tiempos que la fe no puede depender de las condiciones que cada uno quiera poner. Por eso serán dichosos los que “crean sin haber visto”. Esta fe se logra por medio del testimonio del Evangelio y de la predicación de la Iglesia. Dios nos muestra su misericordia cuando nos dejamos educar y modelar por su Palabra para vivir la vida del Resucitado. Nosotros mostramos la misericordia de Dios a los demás cuando nuestra vida manifiesta la victoria del Resucitado sobre el pecado y la muerte.
Consejo de la semana: En este domingo de la Divina Misericordia, en este Año Jubilar de la Misericordia, te propongo llevar a cabo una de las 14 obras de misericordia corporales y espirituales como signo de que el Resucitado está vivo y actuando entre nosotros.
Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, comprueban hoy que el pecado y la muerte no tienen la última palabra. La tiene una vida según la voluntad de Dios, o sea, entregada generosamente al servicio de los hermanos con lo que somos y tenemos, y que antes hemos recibido de Dios. Es la vida que vivió Jesús. El discípulo amado “vio y creyó” (Jn 20-8). ¿Qué vio? El sepulcro, las vendas y el sudario. Todos signos relacionados a la muerte, consecuencia del pecado. Vio que estaban vacíos, que no hacían falta ni tenían sentido ya. Y concluyó que vivir como Jesús en fidelidad a la voluntad del Padre no desemboca en la muerte sino en la Vida. La Pascua nos demuestra que con Dios no tenemos que resignarnos a vivir para nosotros y por nuestra cuenta. Hagamos la experiencia del discípulo que Jesús tanto quería: acojamos al Resucitado y vivamos como Él: por, con, en y para Dios. Y así será nuestra su Vida y, junto con ella, tendremos todo lo demás que nuestro corazón anhela.
Consejo de la semana: En este gran día de la Pascua haz examen: ¿qué primeros frutos puedes recoger hoy del camino preparatorio de la Cuaresma, de esta Semana Santa y del Triduo Pascual que hoy culmina? ¿Qué sepulcros, vendas y sudarios vacíos puedes ver en tu vida? ¿Qué ha cambiado en tu relación con Dios, con los hermanos? ¿Qué aspectos de tu vida has dejado que el Padre resucite?
Quizás como ningún otro texto evangélico, la Pasión nos muestra a Jesús insobornablemente comprometido con la voluntad de su Padre. Nada mi nadie consigue apartarlo del amor del Padre manifestado en los acontecimientos de la “Hora” que Él le ha preparado. Lo que expresó a su Padre en palabras en la Última Cena –“todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17,10)– y que es lo mismo que le dijo el padre al hermano mayor en la parábola hace dos domingos, Jesús lo hace vida radiante con la que ilumina y vence todo el pecado del mundo. En ello tenemos la evidencia para reconocerle como el Hijo amado que el Padre nos pidió escuchar hace cuatro domingos. Repasa el Evangelio de la Misa, la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, un relato largo pero deslumbrante. Medita despacio los pasajes que te hayan tocado, las frases o palabras que te “hablen”.
Consejo de la semana: A las puertas de la Semana Santa, reflexiona en tu oración hasta que punto puedes, como Cristo, confesar tu fe no sólo de palabra sino con tu vida concreta comprometida con la voluntad del Padre en todo momento. Escoge un elemento que todavía tengas que entregarle a Dios y trabaja con él. Luego ofrécelo en la Misa en la Presentación de los dones junto al pan y al vino sobre el altar. Acostúmbrate a hacer esto en cada Eucaristía.
En la Bula convocando el Jubileo de la Misericordia el Papa Francisco nos ha dicho que la misericordia de Dios es su responsabilidad por cada uno de nosotros, que le lleva a poner en juego su omnipotencia para buscar nuestro bien, vernos felices, colmados de alegría y serenos (ver n. 9). El comportamiento de Jesús en el Evangelio de hoy deja claro que la misericordia es el criterio del Padre, superior a la Ley de Moisés, que era el criterio de sus interlocutores. La misericordia no se opone a la Ley sino que es condición para poder cumplirla en plenitud. Para nosotros que vivimos en la Nueva Alianza, la Nueva Ley es la voluntad de Dios para cada uno en cada momento. Vivir esta plenitud de la Ley es posible gracias al Espíritu Santo que nos regala un corazón nuevo –un nuevo modo de ser– hecho por Dios en cada uno. ¿Sigo aferrado al cumplimiento de preceptos y con ellos me doy por satisfecho sin darme cuenta de que con ello ni siquiera cumplo con el espíritu de la Ley? ¿Me lleva esta actitud a ser duro con los que no “cumplen”?
Consejo de la semana: Reflexiona en qué aspectos de tu vida no alcanzas a vivir el lema del Año de la Misericordia: “Misericordiosos como el Padre” (n. 14). Habla un rato en tu oración sobre lo que Dios te propone para llevarte a ser como el Padre, en concreto sobre cómo recibes y ofreces el perdón.
El hijo pródigo es el prototipo del “ateo práctico”. No quiere saber nada del padre de la parábola –que representa a Dios–, sólo quiere sus cosas –la parte de la herencia– para llevar a cabo sus planes. Una vez que las consigue cree que son suyas, obtenidas gracias a su esfuerzo e ingenio, y tiene derecho a hacer con ellas lo que crea. El hermano mayor es el prototipo del “católico práctico”. Para obtener lo que ve como conveniente –los beneficios de vivir en la casa del padre, aunque no como hijo– “cumple” con Dios, le da para que Él le de. Tiene mentalidad de comerciante, de empleado, de sirviente. Y se siente con derechos a lo que Dios le “tiene” que dar a cambio de su servicio. Antes del regreso del hermano menor, ninguno ha descubierto que lo único que les hace plenos y felices es vivir en la “casa del padre” –ser en verdad hijos–, una metáfora para indicar la comunión con Dios. Únicamente cuando dejamos que Dios se nos de poniéndose a nuestro servicio –amándonos, pues Dios es Amor– recibimos el “paquete” completo que incluye a Dios y todos sus dones. Sólo entonces podemos decir como el padre de la parábola –y como Jesús en su vida y su Pasión– “todo lo mío es tuyo”. Pero cuando somos los únicos protagonistas de nuestras metas y proyectos –dejando a Dios fuera, sin importarnos Su voluntad– no alcanzamos a tener ni lo que creemos haber conseguido, ni tampoco a Dios.
Consejo de la semana: Te invito a meditar sobre lo que has recibido de Dios para tu prójimo. ¿Cómo va tu tarea de compartirlo –es decir, de manejarlo según la voluntad de Dios– esta Cuaresma? ¿Has experimentado también que lo que tu prójimo posee es un don para la Iglesia, la humanidad y para ti? ¿Qué cambios en tu vida harían posible esta experiencia?
Con una corta parábola Jesús nos invita a meditar sobre nuestro camino de conversión: es cuestión de examinar los frutos. Somos la higuera que Dios quiere plantar en su viña, podar, abonar y cuidar para que de fruto. Convertirse es pasar de ser para mí a ser para los demás, de ser por mi cuenta a ser por, con, en y para Dios. Es pasar del espejismo de creer que con nuestro esfuerzo ya hemos llegado a donde Dios nos quiere, a darnos cuenta de que la higuera no puede dar fruto si no es Dios quien la planta, poda, abona y cuida. Dejar que Dios haga esto con nosotros es abrirse a la experiencia de la misericordia de Dios y es la única manera de dar fruto. ¿Qué “abonos” necesito para dar los frutos que Dios quiere? ¿De qué me debo dejar “podar” por Dios?
Consejo de la semana: Esta semana ábrete al “abono” del perdón incondicional de Dios. Examínate cada noche antes de ir a dormir y pide perdón por las faltas y pecados del día.
Copyright © 2024 Parroquia Cristo Redentor Urb. El Paraíso, 140 Calle Ganges, San Juan, Puerto Rico 00926 T. 787-946-1999 | CE. pcr@arqsj.org